Dirección. Las imágenes que llegan desde Argentina con los festejos del campeonato del mundo ganado por su selección son sobrecogedoras porque en esas imágenes, apenas puede observarse a esa selección: millones de personas salieron a las calles para ver, tocar y sentir algo que solo han visto por televisión. Mover tanta gente en el mismo sentido, con el mismo objetivo y la misma emoción, es algo que solo puede conseguir el futbol. Los argentinos deben sentir un tremendo orgullo por el suyo, pero al mismo tiempo, debe existir cierta preocupación al saber que solo el futbol es capaz de mover a toda una nación en la misma dirección.
Emoción. Con la resaca mundialista llega la reflexión: ¿Qué es lo que recordamos del último mes en nuestras vidas? Entonces hacemos repaso y encontramos que por más moderno, táctico, tecnológico, físico y científico que se haya vuelto este juego, lo que más nos emociona es la posibilidad de ver algo imposible. El débil venciendo al fuerte, el pequeño superando al grande, el rico perdiendo su fortuna y el pobre encontrando su riqueza en un sencillo juego que se ha complicado demasiado. Para no ir tan lejos pensemos en la Final, un partido al que algunos empiezan a llamar la Final del Siglo, nos recordó cuál es la virtud principal de este deporte: conseguir que los aficionados se levanten de sus asientos.
Discusión. Después de una década de polémicas alrededor de la sede del Mundial, Qatar seguirá con su vida, sus costumbres y su cultura; el futbol con su rutina y la FIFA con su negocio. La pregunta es: ¿De qué sirvió toda esta discusión? Nos han dicho que el futbol puede cambiar al mundo, acabar con la injusticia y repartir esperanza; la realidad es que cuando pita el árbitro todos nos vamos a casa y seguimos dejando atrás a los mismos de siempre: los que sufren. El Mundial no transformó a los qataríes, y los qataríes no alteraron el futuro del futbol.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo