Mirar como bobos.
Vivo en la parte del planeta que quería ver a Messi levantar la Copa de nuestro mundo, siento, junto con millones de aficionados, que pertenece a una República más grande que la Argentina y a un territorio más amplio que el futbol: el triunfo de Messi en Qatar, corona una de las carreras más brillantes en la historia de cualquier deporte. Se habían agotado las palabras para describirlo, ahora lo que se nos han acabado son los títulos para explicárselo a la otra parte del planeta donde viven millones que todavía miran a otro lado: frente el mayor tesoro ofrecido por un futbolista a los dioses de este juego, son incapaces de aceptarlo como documento y evidencia. Ya no hace falta contar las copas, los goles, los partidos, los números y las marcas que acumula Messi, lo que debemos contar a partir de ahora, son los años que pasaremos mirándonos como bobos hasta que exista un jugador igual.
Mirar el desierto.
Con esa elegancia que reviste los misterios y costumbres del mundo árabe, un hombre con mirada del desierto, bigote muy serio y finos ropajes, bajó al campo encarnando a Qatar: su emir, Tamim Bin Hamad al Thani, dueño del estadio, del Mundial y del PSG, tenía en sus manos las tres cosas más valiosas del futbol: la Copa del Mundo, el contrato de Messi y el de Mbappé. Conscientes de lo que este hombre representa, ambos jugadores presentaron sus respetos durante la premiación que, por un momento, fue una ofrenda. Cuando se acercaba el momento cumbre en la vida de Messi, esa imagen con la que será inmortalizado, el emir lo cubrió con su influyente mano y lo envolvió en su milenario manto colocando una poderosa capa por encima de la camiseta argentina; fue entonces cuando el desierto atrapó el alma del mejor futbolista de todos los tiempos.
Mirar el pasado.
En cuatro años el mundial volverá a abrazar a una gran cantidad de mexicanos como sucedió de este lado en 1970 y 1986, al otro lado en 1994, y como sucederá en ambos lados de la frontera en 2026. La relación de México con los mundiales es tan tormentosa como afortunada. Nuestra selección nacional, uno de los pocos equipos en el mundo que juega todos sus partidos como local, debe mirar su pasado.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo