Gerard Piqué, un ex futbolista que quiere cambiar el ex futbol, ha cuestionado desde su retiro todas las normas, las leyes y las políticas de un deporte que considera viejo, lento y aburrido. Reformador de la Copa Davis y fundador de la Kings League, otra de sus grandes locuras con mayor espíritu comercial que deportivo, se ha vuelto una voz necesaria, autorizada y fresca para esta industria.
En su última comparecencia dejó un análisis puntiagudo para los grandes organismos como FIFA y UEFA que, como mínimo, deberían tomarse un café con él. La gran protesta de Piqué contra el futbol tradicional abanderada por su Kings League establece que hay un futbol liberal que rompe con los convencionalismos y otro muy conservador que se niega a cambiar.
Fanático de las redes, las audiencias, el streaming y el consumo digital, Piqué ha demostrado con datos que hay una comunidad cada vez más grande de aficionados a ese otro futbol anárquico.
Extremista en su interpretación del juego que jugó, la Kings League en realidad es una sátira del futbol, no como deporte, sino como show. Pero ya en sus cabales, Piqué propone una serie de cambios que obligan a pensar en un modelo diferente de competencia, explotación y organización encontrando el punto medio entre el pasado más rancio y el futuro más delirante del deporte más popular del mundo: Ligas con menos equipos, reducción de calendarios, torneos más cortos y en general una adopción total de los sistemas de competencia estadunidenses.
En algún momento la FIFA se negó a reconocer el futbol de playa como futbol, apegada a su conservadurismo tachó aquella versión del futbol como trivial; con el tiempo la FIFA se dio cuenta que era mejor tenerlo bajo su jurisdicción que bajo amenaza de crecimiento y expansión en libertad.
¿Piqué aceptaría que la FIFA regule su Kings League oficializando una nueva versión del futbol? Todo es negociable.
