Para bien o mal, la tecnología avanza más rápido que el deporte y los derechos que regulan su explotación comercial. Por un lado siguen existiendo grandes cadenas que compran y distribuyen contenidos de forma tradicional, y por otro, cada vez son más comunes las grietas que la tecnología ofrece para formar parte del millonario negocio de los derechos de transmisión, sin pagar un centavo por ellos.
Ante la acelerada migración de las grandes ligas y los principales eventos deportivos hacia los servicios de streaming, vale la pena revisar el caso más emblemático de piratería alrededor de las transmisiones deportivas: Roja Directa.
El mal denominado Robin Hood del deporte, ofrecía a través de internet contenidos gratuitos por los que se paga mucho dinero. Brincando constantemente de dominio y colocando en sus páginas millones de impresiones publicitarias, sus creadores formaron una sospechosa red de transmisores “espontáneos” que sobrevive entre vacíos legales y la lentitud de los trámites judiciales en su contra.
Fundada en España, Roja Directa se convirtió en una amenaza para el mercado del futbol en países con alta penetración de internet, pero baja penetración en TV de pago. En su apogeo, acumuló millones de usuarios en todo el mundo, alcanzando niveles de audiencia superiores a los que poseen los distribuidores autorizados de derechos deportivos.
Aunque la calidad de su transmisión, además de ilegal es sucia y mala, se estima que las ganancias de este portal y sus múltiples conexiones clandestinas superan los 50 millones de euros. Las razones que sus responsables alegaban para defender el “servicio” de eventos deportivos en un formato pirata, iban desde la lógica gratuidad, hasta alegar que los deportistas ya ganaban mucho dinero. Con ese descaro, Roja Directa enfrenta un juicio millonario y una pena de cárcel para su inventor: un tipo que vendió algo que no era suyo.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo