Insolencia. Construido para que nadie se quedara sin ver a Kubala, uno de los diez mejores jugadores de todos los tiempos, el Camp Nou de Barcelona se convirtió en uno de los estadios más grandes y representativos del futbol mundial. Desde su apertura en 1957 el gigante ha sido escenario de partidos memorables, futbolistas inolvidables y momentos que han cambiado la historia del juego: más que un estadio, es un estado con sentido social, influencia cultural y dimensión económica. Cuando 92 mil personas asienten a este campo para ver las finales de un torneo que parece jugar al futbol, pero que en realidad, juega con el futbol, hay que preguntarse por el futuro de este deporte. Vistas por más de 2 millones de personas a través de sus redes, las finales de la King’s League en el Camp Nou dieron cuerpo a esa afición rebelde, independiente y virtual, que los grandes reguladores del juego se niegan a atender. La Liga de Piqué y Llanos, con su insolente reglamento, es vista como una amenaza por el viejo establishment cuando debería ser analizada como una oportunidad: ¿alguien se ha preguntado si alguna de las reglas de la King’s League pueden mejorar el tradicional juego de futbol? Con el tiempo, la FIFA deberá parecerse más a Ibai y Piqué que a Infantino y compañía.
Intolerancia. Partidos como el de ayer en el Azteca, enmarcados en otra Fecha FIFA aburrida, lenta y sin sentido, desgastan la relación del aficionado con el futbol, del futbol con el mercado y del mercado con el negocio. En ocasiones, hay que saber parar. En las últimas décadas, el consumo del juego más popular del mundo se entregó a la industrialización convirtiéndose en un producto que podía encontrarse en todos lados, a todas horas y en todas sus versiones. La Selección Nacional Mexicana, uno de los equipos de mayor consumo en el mundo, perdió ese toque de exclusividad que garantiza un producto único y una experiencia diferente: la gente se está aburriendo de ver lo mismo de siempre. Sin novedades en el frente, la afición mexicana, propensa al abucheo, ejerció su “derecho” desaprobando a su equipo. No se sabe con certeza qué abucheaba el Azteca: jugadores, entrenador, Federación, resultado o todo junto.