La carrera de Messi se divide en cuatro partes.
La primera da bola a la clásica historia del pibe: un entrenador de barrio descubre en un potrero a un niño pequeñito que termina firmando una servilleta para jugar en el Barça.
La segunda parte nos habla del Barça con Messi: un equipo legendario, hecho de seres extraordinarios, con el que ganaban todo personas muy sencillas.
La tercera parte trata de Messi sin el Barça: cuenta la huída a París para refugiarse en el PSG, dejando en ruinas una de las grandes civilizaciones en la historia del futbol.
Y la cuarta parte, escrita a medias, nos relata la sufrida y tormentosa relación que Messi ha tenido con la selección argentina en los mundiales.
Esta última, a unas semanas de Qatar, no definirá el futuro de Messi, pero sí su pasado: el mejor jugador de las últimas décadas ha sido derrotado por la Copa del Mundo en cuatro ocasiones.
Pelé necesitó cuatro mundiales para ganar tres; Maradona cuatro para ganar uno y Messi no puede irse con cinco mundiales jugados sin ganar ninguno.
Desde su salida del Barça y sin menospreciar al PSG, solo piensa en Argentina, una selección que quizá no sea su capítulo más talentoso, pero sí el más sólido.
Con este equipo, unido como un cuadro de juveniles, Messi sabe que puede trepar por la escalinata del Estadio de Lusail y de allí, subir al cielo: en su cabeza habita la imagen de esa lluvia de papelitos en la que se pierde levantando la Copa. En las últimas semanas, se le ha visto en un estado de forma y de juego amenazante. Ha vuelto a pisar casi todas las zonas del campo e influir en todas las jugadas decisivas de su equipo. A escasos días del Mundial, encontramos la mejor versión de Messi en los últimos cuatro años, jugando así, pude ganarlo todo.
Las próximas semanas disfrutaremos dos eventos extraordinarios: por un lado se juega el Mundial de Qatar y por otro, Messi se juega su último Mundial.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo