Con una nostálgica fotografía de su lujoso estadio, pero vacío, el City comunicó su salida de la Superliga: “Hemos puesto en marcha los procedimientos para abandonarla”. El golpe, lanzado desde el corazón del capitalismo de la Premier a través de su equipo más rico, fue mortal. Horas después, el resto de los clubes ingleses presionados por políticos, príncipes, medios, autoridades y, sobre todo, por sus fans, rompían el acuerdo.
Lo que no puede ocultarse es que el City, acusado de infringir el Fair Play Financiero, y el PSG, organizador del próximo Mundial en Qatar, dieran la espalda a la Superliga en cuestión de días.
En voz de Florentino Pérez, la Superliga sería una tabla de salvación para el futbol mundial
El lunes, Florentino Pérez, investido presidente de la Superliga, lanzaba el mayor pulso que se recuerde a los organismos que presiden este deporte con un diagnóstico irreprochable: “Hay que decirles a estos monopolios, que no son los dueños del futbol”. Como en todas las guerras hay dos bandos y en cada bando, una lectura. La primera es un discurso apocalíptico que anticipa la desaparición del futbol como negocio y espectáculo si continúan las mismas estructuras comerciales, financieras, competitivas y regulatorias. Esta opinión, de acuerdo con información interpretada por el Real Madrid, cabecilla del movimiento, es el motivo para crear una especie de república independiente que garantice a los grandes clubes multiplicar ingresos manteniendo sus gastos.
En voz de Florentino Pérez, la Superliga sería una tabla de salvación para el futbol mundial. Sin romanticismos, apeló al alto costo de gestionar clubes como el suyo, a los que todos exigimos más títulos, más fichajes y más espectáculo cada día.
Alguien tiene que pagar la cuenta, en eso tiene razón. La segunda lectura, no ofrece solución al evidente desajuste económico que la UEFA permitió, pero entre sombras, enseña una factura por cobrar al rebelde Real Madrid de Florentino: nos veremos en la Champions.
José Ramón Fernández Gutiérrez De Quevedo