Hijo de futbolista, creció tras la muralla que protege la villa donde nació: “tac-toc-tac-toc”, pateaba la pelota desde pequeño contra los restos de aquel conjunto medieval que fue su primer entrenador. De ellos aprendió dos cosas: tradición y costumbre; la tradición porque las piedras cuentan la historia y la costumbre porque los muros siempre regresan el balón al pie.
Ese ejercicio tan simple forjó la mentalidad de un jugador capaz de interpretar el futbol con la sencillez de un cantero y la dureza de un herrero: Xabi Alonso aprendió el oficio siendo un niño.
Ese conocimiento lo perfeccionó como juvenil en Real Sociedad, obrero en Eibar, guardián en Anfield Road, conciencia de la Selección Española, equilibrista en Real Madrid y sabio en el Bayern, fue dirigido por todo tipo de entrenadores: Javier Clemente, John Benjamin Toshack, Vicente del Bosque, José Mourinho y Pep Guardiola le admiraban por templar y mandar con la misma fuerza que elegancia: un pase para asegurar, otro para ordenar y otro para salir.
Hombre de seis camisetas, parece que siempre lo vimos con la misma porque en todos sus equipos jugó con el mismo sentido, el común.
Me quedo con dos imágenes suyas: el remate de aquel penal que representó la fe jugando para Liverpool la Final de Estambul y la patada de Nigel de Jong sobre su pecho en la Final de Sudáfrica que significó la resistencia del escudo. Acumuló tanto conocimiento sobre la cancha, que su carrera como entrenador puede ser mejor que su carrera como jugador. Lleva un año dirigiendo al Leverkusen, es líder invicto de la Bundesliga y clasificó a la siguiente ronda de Europa League con 6 victorias, 19 goles a favor y solo 3 en contra: en este momento es el técnico de moda en el mundo del futbol.
Cuando nos preguntamos cómo nacen los grandes entrenadores, sería bueno revisar trayectorias como la de Xabi Alonso: un hombre sensato, “tac-toc-tac-toc”.