Convertido en ícono “pop” de los años setenta, el Cosmos de Nueva York nació como una pasión postiza: jugaba en campos sintéticos, usaba tacos de plástico, pateaba balones sin costuras y definía sus partidos con shootouts en un país que no entendía cómo un deporte podía jugarse sin usar las manos.
La curiosidad por ver si el pedestre “soccer” convencía al estadunidense, hizo de este equipo el mayor experimento de mercado al que se haya sometido el futbol en su historia: un cuadro sin fundadores, catedrales, ni escudo de armas se lanzó al espacio en épocas donde la televisión por cable arrasaba con la NFL, la rivalidad Celtics vs. Lakers y el éxito de las cadenas ESPN y FOX.
Propiedad de Warner Communications, el Cosmos fue durante algunos años el Club más rico del mundo. Después de cinco temporadas jugando en Yankee Stadium y vagabundeando por estadios universitarios, decide sentar cabeza y pagar a un veterano Pelé el mayor contrato de su vida.
La noticia significó la puesta en escena oficial del futbol en los Estados Unidos. Pronto se elevó el promedio de audiencia, el Cosmos empezó a hacerse de un nombre a nivel internacional, llegaron Carlos Alberto, Chinaglia, Beckenbauer y los europeos comenzaron a sospechar que con el tiempo aquella novedosa fórmula representaría una amenaza para la economía de sus clubes.
En ese momento no había equipo capaz de pagar lo que pagaba el Cosmos, y aunque se trataba de futbolistas a punto del retiro, bastaba con que aquella Liga explotara para que los mejores jugadores migraran a ella.
Pero el Cosmos se quedó solo porque nunca encontró rival, ni siquiera en los exóticos Aztecas de Los Ángeles donde Johan Cruyff terminó sus días.
El modelo quebró, el soccer se recluyó en el indoor y en las universidades hasta su relanzamiento con el Mundial USA 94 y la fundación de la MLS, a la que cuarenta ocho años después llega Messi, el sustituto de Pelé.