Cuando los especialistas hablan del futbol que se juega y premia en un formato regular, con temporadas largas y un campeón por puntos, lo hacen de una manera reverencial, tan seria y formal, que parece no ser válido ni serio el otro formato de futbol que divide los torneos en dos versiones cortas, con Liguillas y ahora con una fase de Play In para acceder a ellas.
El futbol mexicano, guste o no su formato, es pionero en crear un modelo de competencia apegado a las necesidades de un espectáculo que se sostiene, como todas las Ligas del mundo, gracias a la televisión.
No son los formatos de “Liguilla”, “Play In” “Repechajes” o “Playoffs” los que hay que cambiar: todos ellos son un éxito de audiencia, de taquilla y de comercialización; son los torneos regulares en todo caso los que hay que tratar de mejorar o reformar con nuevos sistemas de puntuación, compensaciones por goles y otros factores que eviten la irregularidad o la especulación.
Explicarle todo esto a un aficionado europeo cuesta trabajo, entienden que no hay justicia en ello, que va en contra de la competitividad y la regularidad de los equipos, o que el futbol por alguna razón mitológica, es intocable.
Imaginemos por un momento que en la Premier o La Liga se jugara una fase final al margen de sus emocionantes Copas, de sus tablas de clasificación para Champions, Europa League o de sus sistemas de ascensos y descensos, el simple hecho de plantear una Liguilla inglesa o española pone los pelos de punta a los tradicionalistas. Pero sería un espectáculo y una de las principales razones para incrementar las cantidades por el pago de derechos de transmisión que, en cada periodo de renovación, cuesta más trabajo negociar a la alza a ingleses y españoles.
Por décadas se ha insistido en la mediocridad como la principal consecuencia de todo esto, hay algo peor: el aburrimiento de un torneo donde no hay lugar para milagros.