La “anécdota futbolera” debería ser un género: tiene historia, humor, drama, ficción e interpretación. Sobre el juego se polemiza, se opina, se estudia, se reflexiona y analiza, pero cuando hay una serie de anécdotas incluidas en la charla, el futbol cobra otra dimensión: se vuelve sencillo, personal, cercano; como si perteneciera a una familia.
El anecdotario se va enriqueciendo, exagerando o contrastando con el paso del tiempo. Argentinos, italianos, brasileños, uruguayos, españoles y mexicanos son quienes mejor las cuentan. Y entre todos los personajes que las integran, hay uno que quizá sea el mayor protagonista de anécdotas del futbol. De Carlos Salvador Bilardo se cuentan más anécdotas que partidos, su vida y carrera alcanzan para varios tomos de tics, manías, frases o dichos.
Un hombre que: dio una charla técnica dormido y dormía en casa de sus jugadores; organizaba espacios reducidos en plazas públicas; se disfrazaba para asistir a fiestas a las que iban sus futbolistas; conducía 800 kilómetros para ver partidos de Tercera, colocaba un cartel de “se vende” en su casa para que no le apedrearan los cristales tras una derrota; decidía la fecha de boda de los seleccionados; llamaba por teléfono a sus lunas de miel; pedía al bus salir al estadio a la hora en punto, estuviera quien estuviera, y se escondía perdiéndolo a propósito para saber si el chofer obedecía; mandó a José Luis Brown marcar al brasileño Careca en la boda de Maradona porque ambos estaban invitados; inventó los entrenamientos en pasillos de hoteles y la calistenia en aviones; escondía rodajas de limón en el campo para que sus jugadores las chuparan; y en pleno Mundial, pidió hacer uniformes con cuello “V” a una costurera sin avisarle a la marca patrocinadora.
Este hombre, que está perdiendo sus memorias, no sabe que murió Maradona. En los próximos días Ruggeri y Burruchaga se lo van a contar.
José Ramón Fernández Gutiérrez