Volvíamos a clases en septiembre, recién desempacados de unas vacaciones de dos meses y apurando la recolección de libros de otros cursos con primos mayores, comprando los útiles escolares en la papelería “Los Alpes” que estaba en Concepción Beistegui esquina con López Cotilla, y forrando de papel lustre los cuadernos que repartían los Maristas: rojo para Español, azul para Matemáticas, amarrillo Ciencias Sociales y verde Ciencias Naturales.
El inicio de curso nos recibía lloviendo, con los primeros vientos del otoño sacudiendo la Colonia del Valle, el sonido del despertador, un batido de plátano con leche Nido, huevo duro y pan francés para desayunar, el abrigo de un suéter que no habías usado durante el verano y la libreta de tareas, láminas y monografías para el día siguiente.
Pocas cosas conseguían romper esa rutina, el US Open de tenis era la principal. Mirar los partidos del único de los cuatro grandes jugado en América se volvió una tradición por las tardes entre tarea y tarea.
En aquella época todo el tenis que había se transmitía por televisión abierta, casi siempre por Canal 5, pero ese año, 1991, el aguerrido Canal 13 logró arrebatarle por primera vez los derechos a Televisa, así que cambiaron los narradores, la programación y los resúmenes.
Fue el mejor torneo de tenis que haya visto: el viejo Jimmy Connors con 39 años, lesionado y al borde del retiro, entró al cuadro en Nueva York como wild card. En primera ronda venció a Patrick McEnroe, hermano de John; en la segunda a Schapers, en la tercera al checo Karel Novacek y en la cuarta echó a una de las promesas del tenis estadunidense: Aaron Krickstein, 15 años menor que él.
Para las rondas finales el US Open se volvió el centro del universo, Connors venció a Paul Haarhuis en cuartos y cayó en semifinales con el joven Jim Courier. Stefan Edberg fue el campeón, pero Jimbo y el US Open habían cambiado septiembre para siempre.