El próximo viernes 26 de julio del año 2024, la ciudad de París volverá a encender la llama olímpica como hace 100 años en el viejo Estadio de Colombes, primero en la historia en albergar unos Juegos Olímpicos, los del 1924, y una Copa Mundial de Futbol, la de 1938.
La era moderna debe a Francia gran parte de su capacidad para organizarse alrededor de la cultura, los movimientos sociales y el deporte: entusiastas, revolucionarios y pioneros, los franceses han sido grandes agentes del cambio, impulsores del progreso y promotores de la fraternidad entre los pueblos recogida en el movimiento encabezado por Pierre de Coubertin que recuperó y relanzó todo tipo de iniciativas dando a los principales eventos deportivos el lugar de privilegio que hoy les reconoce el mundo entero.
Espiritualmente, la Francia del Comité Olímpico de Coubertin, de la FIFA de Robert Guérin, de la UEFA de Henri Delaunay, de las Copas de Ferias, de las Copas de Europa, de los Mundiales, de France Football y el Balón de Oro, del Tour de Francia, de Roland Garros y del Fair Play, es la madre naturaleza del deporte.
El 2024 será un año consagrado al centenario del olimpismo moderno, pero visto como punto de partida, el 2024 celebra los cien primeros años del deporte como uno de los ejes fundamentales de nuestra sociedad. Muy poco ha cambiado aquel mundo del primer cuarto del siglo pasado que vivió el inicio de la grandes guerras, las grandes depresiones, las grandes migraciones o las grandes dictaduras; pero visto desde el prisma único que nos ofrece la deportividad, este mundo real al que damos movimiento con los Juegos o al que dedicamos copas y campeones en su nombre, pudo haberse evitado muchos rencores de haber actuado con la sencillez del fundador y escuchado con la humildad del competidor: lamentablemente hoy el mundo del deporte tampoco vive su mejor época para ser considerado un ejemplo por los demás.