Miles de personas pagaron un boleto, entraron al estadio, se sentaron en su butaca y al terminar el partido abuchearon a su equipo.
Abuchear sigue siendo la expresión más sana, popular y democrática junto a la silbatina, para expresar inconformidad: bienvenidas a cualquier estadio silbatinas y abucheos justos y merecidos, antes que otras expresiones, cada vez más agresivas y rastreras que acaban con los legítimos derechos del aficionado. Entendida la facultad de abuchear, tratemos de entender ahora los injustos e inmerecidos abucheos del americanista al América.
Con frecuencia escuchamos hablar de “grandeza” como si ésta se comprara en botica o se perdiera en una sola noche. Esa teoría, la de la eterna obligación de ganarle todo a todos durante todo el tiempo que somete a los equipos grandes, es una ridiculez, un discurso hueco y otro de los desoladores lugares comunes que rodean al futbol.
Líder finalista y favorito, el América perdió un partido en casa de escasa trascendencia que el rival jugó con mucha dignidad: casi nadie fue capaz de reconocer el honor y pundonor que el Atlético de San Luis dejó en la cancha del Azteca al darle mayor importancia al abucheo; otra falta de respeto y consideración con el deporte y sus deportistas.
Al abuchear en la tribuna y reconocer el abucheo en los medios como válido, estamos validando la poca cultura y memoria deportiva que tenemos y transmitimos: este América ha tenido una temporada extraordinaria, fue reforzado conforme al pedido de su afición, en el partido de ida fue la aplanadora que público y prensa siempre le exigen y sus posibilidades para ganar el decimocuarto título de su historia se mantienen intactas.
Tres días después todo esto parece haberse desvanecido, lo más curioso es que dentro de algunos días, todas esas virtudes volverán a aparecer y este temible América será aplaudido, manteado y reconocido por la mayoría.