Por obra y gracia del “Santo Pichichi”, me considero “sanchista”, no encuentro razones deportivas serias para creer que en el mediano y largo plazo, veremos otro futbolista mexicano tan grande como él. La carrera de Hugo Sánchez en Europa sigue muy lejos de la carrera de cualquiera de nuestros jugadores, incluso, muy lejos de grandes figuras internacionales de esta época.
Algunas de sus mejores marcas como goleador, apenas fueron superadas en tiempos de fenómenos como Cristiano y Messi, lo que añade universalidad y vigencia a su legado. Después de Hugo no tengo duda, está Rafael Márquez: el primer jugador que rompió el molde de nuestras exportaciones al futbol europeo.
Márquez abrió un nuevo mercado de medio campo hacia atrás, logrando que los zagueros mexicanos fueran reconocidos internacionalmente por su elegante estilo defensivo, ubicación, salida clara, transición, precisión en el pase corto, eficacia en el largo, organización, llegada, disparo y un gran ataque aéreo.
A estas virtudes con las que cautivó al sibarita público de Barcelona, uno de los más exigentes con la pureza y sensibilidad por el juego, hay que agregar once títulos ganados con determinación y liderazgo sobre el campo, dos de ellos de Champions League.
Y por debajo de Sánchez y Márquez está Hernández, para mi gusto, el tercer mejor futbolista en la historia de México. Ningún delantero en el mundo, capaz de ser el máximo goleador de todos los tiempos con su selección y marcar más de cien goles en tres diferentes Ligas europeas, sumando la Champions League, dividió tanto la opinión en su país. A Javier Hernández no se le ha reconocido lo suficiente.
Dicho esto, ninguno tiene la etiqueta de ídolo que identifica a Cuauhtémoc Blanco como el futbolista mexicano más apasionante. Ave de tempestades, Blanco fue el águila del América y el águila que devoraba una serpiente cada vez que salía de verde, blanco y rojo.