La llama que encenderá el pebetero el próximo viernes en el Estadio Nacional de Santiago, Chile, no es culpable de la poca calidez que las nuevas generaciones de aficionados, híper digitalizadas, demuestran por los atletas panamericanos: jóvenes de su misma edad decididos a representar a su país en deportes con escaso foco informativo.
Es muy probable que se esté apagando la pasión por los símbolos. Los Panamericanos de Santiago 2023 no tienen la trascendencia de París 2024, pero sacando a Estados Unidos y Canadá de la angustiante situación deportiva latinoamericana, son parte fundamental de nuestra Olimpiada.
Latinoamérica y el Caribe son Teófilo Stevenson, Alberto Juantorena, Mireya Luis, Regla Torres, Félix Savón, Javier Sotomayor, Iván Pedroso, Mijaín López, Ana Fidelia Quirot, Roberto Clemente, Wilfredo Gómez, Tito Trinidad, Marlene Ottey, Usain Bolt, Elain Thompson-Hera, Shelly-Ann Fraser, Hasely Crawford, Ato Boldon, Félix Sánchez, Juan Marichal, Caterine Ibargüen, Óscar Figueroa, Oscar Schmidt, María Isabel Urrutia, Lucho Herrera, Nairo Quintana, Yulimar Rojas, Joaquín Capilla, Felipe Muñoz, Daniel Bautista, Ernesto Canto, Raúl González, Soraya Jiménez, Paola Espinsoa, Fernando Platas, Paola Longoria, Belem Guerrero y desde luego Ana Gabriela Guevara: gigantes de pueblos pequeños, naciones alegres, pies grandes, manos trabajadoras, corazones dorados y piel de bronce.
Nos contaron que los Juegos Panamericanos dibujan un perfil perdedor, poco rentable y aburrido. Falso. Conviene disfrutarlos con los ojos, los oídos y los brazos bien abiertos. De su organización y desarrollo depende el futuro olímpico en países donde una medalla puede transmitir esperanza a miles de niños que encuentran en el deporte un sueño, un ejemplo y un tutor.
Algún día entenderemos que el papel del deporte en nuestra región es determinante, urge una convocatoria a la deportividad por la juventud.