Me confieso noqueado, abrumado y hasta incrédulo todavía después de ver lo que pasó en el Masters de este año. Confieso que nunca pensé presenciar lo que vi el domingo pasado en el más grande torneo del planeta, confieso que todavía hasta la salida del hoyo 12 confiaba en que nadie le quitaba el título al Italiano Francesco Molinari; lo vi jugar en el Open de Carnoustie el año pasado y mientras toda la afición apostaba por un triunfo de Spieth o un remonte de McIlroy, Molinari, con sus nervios de acero, se llevaba a casa el Claret Jug.
Su mirada en el green del hoyo 12 en Escocia se la vi en todos y cada uno de los primeros 9 hoyos el domingo; Tom Brady tuiteó: “¿Cómo se le alcanza a Molinari si no hace errores?”. Y entonces vino el error, la salida del hoyo 12, la que hundió a Spieth en el torneo de 2016, y la tentación lo poseyó, apuntó directo a la bandera, cuando todos los televidentes del mundo escuchábamos la narración recomendando tirar a lo seguro entre los dos búnkeres de la izquierda y así tiró la oportunidad de probarse la chaqueta verde más famosa del mundo.
A partir de ahí, la tarde solo fue de Tiger Woods, nunca más perdió la oportunidad, nunca más soltó a la presa, nunca más volvió a ser el de los últimos años, nunca más dejó de ser el más grande.
Creo que mi generación (la de los cuarentas), ha sido la más afortunada en cuanto a los deportes se refiere. Nos tocó ver a Michael Jordan volar; vimos a Sampras y a Agassi, Federer y Nadal; nos tocó gritar el jonrón de Kirk Gibson en la Serie Mundial del 88 para reventar a los Atléticos de Oakland; vimos muy jóvenes la rivalidad entre Senna y Prost; el Mundial en casa del 86 con el mítico gol de Maradona y su mano de Dios; nos tocó Joe Montana, Jerry Rice y sus 49’s de San Francisco; los fracasos de John Elway y Jim Kelly en los ochenta; Julio César Chávez y Sugar Ray Leonard, y nos tocó Tiger Woods.
Muchos lo amaron y admiraron, otros lo despreciaron, casi todos pensaron que su tiempo se terminaba hace años envuelto en escándalos, lesiones y el nacer de la generación más competitiva que el golf haya visto jamás. No había manera para él de competir más. “Retírate con dignidad”, le decíamos, no entierres una gran carrera tratando de continuar le gritaban, eso es lo que la mayoría pensó, incluyéndome a mí. Cómo va a ganarle a chavos que le pegan 50 yardas más al drive; cómo llevarse un Major más a casa con una espalda desecha; cómo triunfar cuando estar envuelto en problemas personales impiden pensar como los campeones nuevos.
Pues así es exactamente lo que hizo este domingo Tiger Woods, cerrarnos la boca a miles de aficionados que apostamos todo a su fracaso. No tengo duda hoy, lo que vimos en esta edición del Masters en Agusta es en mi opinión el más grande regreso en la historia de los deportes, no me viene a la cabeza uno similar, porque aquí no solo cuenta lo deportivo, también lo racial, que tanto le pesó al inicio de su carrera, la edad y la manera en que lo hizo.
Lo logró, en fin, el más grande golfista de la historia, con esto sella su lugar en el podio, deja atrás a Nicklaus, Hagen, Snead, Palmer, Player y muchos más.
Hay muchos que, como lo hubiera hecho yo antes del fin de semana, alegaríamos que necesita todavía tres títulos grandes más para igualar los de El Oso Dorado, dos victorias más para superar a Sam Snead con 83 torneos ganados en su carrera, pero no, no se sostienen esos argumentos cuando metes todos los demás a la licuadora de la historia y el producto final es simplemente él, Tiger Woods, el mejor de todos los tiempos.
*Comisionado de la Gira de Golf Profesional Banorte
