Quiero concentrarme y no puedo, toda la semana he tratado de ubicar sobre qué escribiré esta columna y las sórdidas noticias del entorno cercano y el mundo entero me ofuscan y deprimen.
Cuando todo va mal, siempre me refugio en Beethoven.
Lo más cerca que he estado de él ha sido en un adusto busto del genio que existe en el Jardín de San Agustín de Guadalajara.
Me encanta ese lugar.
Me imagino acurrucado sobre la fría base de concreto, pero bajo el manto inspirador del maestro de Bonn.
Y escucho, en este preciso momento resonar en mi mente su sinfonía coral…
“¡Amigos! ¡Esos sonidos no!, entonemos sonidos agradables y llenos de alegría.
¡Freude! ¡Freude! ¡Alegría¡, ¡Alegría!” Pero la realidad abruma.
El fin de mes estuvo terriblemente saturado de malas noticias, mis colegas ecologistas de Prodenazas denostados en una campaña de infundios carentes de diálogo y de razones técnicas ante su posición respecto a la defensa del “Cañón de Fernández”, en un evento en el que parece replicar a aquel con el que se impuso la construcción de la termoeléctrica de Villa Juárez, en el que casi nos prometen que la luz saldría por los focos con sabor a limón y que no se afectaría al entorno del Nazas.
Las terribles escenas del regreso de los Talibanes al poder en Afganistán, con un éxodo tortuosos de miles de afganos que huyen del terror que les espera.
El recibimiento, para la foto, de refugiados afganos en nuestro país me llenó de alegría; pero la cara incongruente de nuestra impuesta política migratoria me dolió como una patada en el rostro, al ver las brutales escenas de la reprimenda inhumana por parte de” autoridades” mexicanas a migrantes centroamericanos, que igual intentan llegar a los EU escapando de otros horrores en sus terruños.
El desordenado regreso a clases en el que reina el caos y la ignorancia en un “volado” ocurrente, en el que algunos escolapios llegan a descubrir que ya no tienen escuela o que ha sido totalmente vandalizada, con muchos casos en los que el protocolo de contingencia nunca contempló que ni siquiera hay agua o baños limpios.
Luego, todos quisiéramos leer sólo buenas noticias, pero la realidad rebasa; por ello a veces hay que acudir al portento del genio humano que nos dé un poco de esperanza.
Como aquel viejo y sordo músico, que saliendo del olvido logró terminar en seis años la “sinfonía coral”, con un cuarto movimiento cantábile basado en la “oda a la alegría” de Schiller…
“Hermanos, sobre la bóveda celeste debe habitar un padre amoroso”...la sinfónica toca a todo lo que da y el coro a toda voz…”
Alegría, chispa divina….chispa divina” termina el coro, mientras la orquesta cierra en un final apoteósico.
Mi corazón late con fuerza y siento que regresa la esperanza.