Espero que Usted apreciado lector, esté de acuerdo conmigo en que, desde el pasado miércoles, buena parte de los habitantes del planeta respiramos con alivio al ver a Joe Biden asumir como el 46 presidente de los Estados Unidos.
No porque Biden jurase como presidente, sino por el hecho de que dejó el escenario uno de los personajes públicos más detestables de la historia reciente.
Cómo fue que un patán, mentiroso, ignorante, embustero, narcisista, misógino, camorrista, colérico, inculto, vengativo, entre otras joyas de adjetivos que lo pueden calificar, llegase a ser presidente de la quizá la nación más importante del orbe.
Cómo pudieron estar armas atómicas a disposición de un orate, que por su afán de poder casi genera un golpe de estado en la unión americana.
El citado personaje, despojado de sus herramientas mediáticas (lo vetaron sólo por incitar a sus huestes a dar un golpe de estado al pobrecito) y una vez caída su estrella, acorralado por la estela del linchamiento mediático generado por su propia torpeza y tozudez de enviar a sus esbirros a tomar el capitolio, fue abandonado poco a poco por las figuras políticas norteamericanas que como las ratas saltaron al ver hundido al barco.
Sólo algunos otros, de casi la misma factura, abogan por él. Perdió lo más preciado para un lunático narcisista enfermo de poder, sus herramientas mediáticas.
Y se fue, por la puerta de atrás; en un solo día una buena parte de su “legado” fue eliminado.
Ya no es el “centro del universo”, ya no preocupa al mundo por sus locas ideas, se fue el enemigo de la ciencia y la educación, el enemigo de las energías limpias, el enemigo de la conservación de los ecosistemas, el que autorizó que enjaulasen a niños inmigrantes como si fuesen animales, el que evadía el pago impuestos, el racista, el misógino.
Se fue prometiendo volver, varios juicios legales le esperan, al menos uno político por “incitación a la insurrección” y otro fiscal por evasión de impuestos; aunque aún cuenta con una base de simpatizantes, tenemos la esperanza que el racismo y las cruces flameantes que regresaron a tambor batiente bajo la administración que se ha ido, se disipen también al caer la estrella del troglodita que ha dejado el poder, no sin antes haberse aferrado a mantenerse en la Casa Blanca a costa de los que fuera.
Un juicio ya ha perdido, el juicio de la historia.