La vieja costumbre de leer o contarles cuentos a los niños se ha vuelto parte del olvido. En la actualidad son muy pocos los padres de familia que armados de paciencia y de tiempo dedican esas últimas horas del día a sus hijos para que concilien el sueño. Aunque debe tomarse en consideración que el acto de narrar historias ficticias estimula la mente de los pequeños y permite que comiencen a desarrollar su imaginación.
Pero los tiempos cambian y los libros infantiles que deleitaban y entretenían a generaciones anteriores, han sido sustituidos por todo tipo de dispositivos electrónicos que facilitan la comprensión de los pequeños, porque no requieren de un esfuerzo mental, pero que a la larga se convierten en hábitos dañinos que afectan su salud.
No es ninguna exageración, pero en el inicio de una nueva década somos testigos de cómo la lectura para niños se destierra de los hogares, y se vuelve exclusiva de las escuelas. La responsabilidad de enseñar, orientar y motivar queda en manos de los maestros, cuando dicho compromiso debiera ser compartido con los progenitores.
En más de una ocasión se escucha decir a los docentes que no basta con comprar o conseguir los libros sugeridos, ni tampoco obligarlos a que lean durante determinado tiempo, sino que deben acompañar a sus hijos, ayudándoles a mejorar su forma de interpretar lo que descifran, comentando con ellos el texto leído, invitándolos a que imaginen los personajes y los escenarios de la obra que tienen en sus manos.
Leer no tiene por qué ser algo tedioso. Si el libro en cuestión aburre al pequeño o se le dificulta entender la trama, se debe poner en práctica uno de los mejores consejos de Jorge Luis Borges: dejar ese libro y buscar otro. Se lee por placer, agregaba el escritor argentino, jamás por obligación. Pero tal parece que muchos adultos se empeñan en hacer todo lo contrario con sus niños.
Con esa amarga experiencia a cuestas, años más tarde se convertirán en jóvenes que no solo van a odiar la literatura, sino que se negarán a leer cualquier tipo de texto, con lo cual habrán de enfrentar problemas en sus estudios, sobre todo de nivel superior. Los ejemplos sobran, y algunos casos de deserción escolar tienen relación directa con esta problemática.
El fomento a la lectura infantil no es exclusivo de las escuelas, bibliotecas, centros culturales o ferias de libros. Cualquier padre o madre de familia puede establecer sencillos programas de lectura en sus casas, o incluso en sus barrios, como sucede en algunas poblaciones de nuestro país. Si se quiere formar buenos ciudadanos, la educación en valores morales y éticos puede complementarse con libros que enriquezcan el espíritu de los pequeños.
No hay espectáculo más hermoso que la mirada de un niño que lee, decía Günter Grass. Tenía razón el escritor alemán. Entre más se fomente la lectura en los niños, hay esperanzas de que el devastador panorama social que vivimos comience a cambiar. Llevará tiempo, pero tiempo es lo que siempre sobra.
José Luis Vivar