La popularidad de las llamadas Selfies -autofotos-, va en aumento cada día. No se necesita un teléfono celular costoso, basta con que el dispositivo cuente con una cámara, para que su propietario se convierta en protagonista de aquello que considere trascendental y deba capturarlo.
Por eso nada es común ni tampoco superficial. Cada imagen es un registro de vida, un momento de felicidad o de tristeza, según las circunstancias. Tomarse Selfies individuales o colectivas representa una manera de ser, y al mismo tiempo forma parte de una cultura popular mundial.
Es difícil hallar en el pasado, concretamente en los álbumes fotográficos de los abuelos alguna Selfie. Ni siquiera de la tía que en su juventud fue coronada reina de algún certamen de belleza local. Nada. Siguiendo una tradición ancestral la gente sonreía o se mostraba circunspecta; y a veces aparecían los niños llorando. En cambio ahora la sonrisa es parte de la composición fotográfica porque se está celebrando el instante de aquello que aparece a sus espaldas.
Aunque existe un grupo de personas a quienes no les basta la escenografía habitual de sus hogares ni los escenarios comunes. El desafío que se imponen va más allá de lo convencional, que en ocasiones les cuesta la vida, dejando como testimonio la imagen, con un trágico pie de foto: la última Selfie.
Esta arriesgada modalidad no es exclusiva de los más jóvenes, personas de mayor edad, e incluso ancianas también gustan de correr riesgos con tal de obtener una buena Selfie. Porque esto no es un concurso -aunque a veces en redes se organizan cierto tipo de retos descabellados-, se trata de un duelo personal, casi como un atleta que busca superar su propia marca.
La sensación de vivir una experiencia al máximo, sintiendo correr la adrenalina por el torrente sanguíneo, obligan a que la siguiente Selfie logre ser todavía más difícil. De acuerdo con los testimonios de quienes practican este tipo de lances, algunas de los dilemas a vencer, implica sorprender a personalidades públicas; colocarse en lugares peligrosos o prohibidos; y/o acercarse a cualquier ejemplar salvaje. Todo sea por lograr la Selfie, solo que a veces algo falla, como estos dos ejemplos recientes.
A principios de año en el zoológico Bio Zoo del estado de Veracruz, una muchacha que paseaba por aquel sitio, vio un hermoso jaguar. De inmediato se acercó a su jaula para retratarse con él. Su cercana presencia debió intimidar al animal que se le fue encima, destrozándole un brazo. De milagro salió con vida.
Otro más, a finales de julio se reportó que en el Museo Gypsotheca Antonio Canova, al Norte de Italia: la estatua Paulina Bonaparte o Borghese -esculpida en 1804, por el artista neoclásico que lleva el nombre del recinto-, perdió dos dedos de sus pies por culpa de un anónimo turista austríaco que tomó asiento sobre la escultura para autorretratarse, y huyó sin reportar su transgresión.
Dos anécdotas en imágenes como tantas que se cuentan van quedando almacenadas en las memorias de los teléfonos celulares, y rara vez se imprimen. Por tratarse de una moda en el presente, aparte del valor sentimental de sus dueños, ¿será que en el futuro ese tipo de Selfies, alcancen otro tipo de valor?