Política

La casa en llamas

Para el Dr. Antonio Lazcano Araujo

 

Las lágrimas resbalan por el rostro marchito del cartujo, hace unas semanas leyó el pequeño libro Cambiemos el mundo (Lumen, 2019), de Greta Thunberg, la joven activista sueca empeñada en denunciar y luchar contra la barbarie o la indiferencia del poder político y económico frente al cambio climático. Vuelve a leerlo en la antesala de la Cumbre del Clima en Nueva York, y el llanto surca otra vez sus arrugas; es conmovedor ver cómo su ejemplo ha logrado involucrar a los jóvenes de tantos países en esta cruzada, cómo sus acciones y palabras los impulsan a salir a la calle y exigir a sus gobiernos mayor responsabilidad ante la catástrofe ambiental, aunque con frecuencia no sean escuchados.

Millones de jóvenes marcharon el viernes en distintas ciudades del planeta, preocupados por su futuro y el de otras generaciones. En Ciudad de México, uno de los participantes en el recorrido del Ángel de la Independencia al Zócalo, Juan Pablo Murral, de 14 años, le dijo al reportero Elías Camhaji, del diario El País: “Si no hacemos un cambio rápido nos estamos destruyendo a nosotros mismos”. Tiene razón. Deben defender su porvenir de la actitud depredadora de los adultos, de las decisiones dramáticamente absurdas de los políticos.

Los viernes de Greta

En su libro, Greta reúne algunas de sus conferencias, cuenta su historia, refiere los prejuicios en su contra, expone sus puntos de vista sobre el ecocidio planetario. Recuerda cómo a los 11 años cayó en depresión, perdió el apetito y las ganas de hablar. Le diagnosticaron síndrome de Asperger, Trastorno Obsesivo Compulsivo y mutismo selectivo. Quienes se encuentran en esta situación —dice— todo lo ven en blanco y negro, no suelen mentir y evitan la vida social. Por eso sus palabras son directas, no buscan complacer, sino alertar sobre un problema sobre el cual muchos, entre ellos los medios de comunicación, cierran los ojos.

Desde los 8 años comenzó a interrogarse sobre el calentamiento global, a preguntarse por la falta de acciones para resolverlo. En agosto de 2018, un viernes, decidió faltar a la escuela y declararse en huelga estudiantil por el clima; con su gorro de lana y sus trenzas largas, con su mochila y un libro en las manos, se sentó frente al Parlamento sueco. Comenzó a hacer lo mismo cada semana, hasta llamar la atención de la gente y de los medios. Algunas personas criticaron su actitud, le pedían volver a la escuela. Ella se pregunta: “¿Y por qué debería estar estudiando por un futuro que pronto podría dejar de existir cuando nadie está haciendo absolutamente nada por salvarlo”. En su país otros jóvenes la secundaron, la huelga trascendió las fronteras de Suecia hasta volverse global con el movimiento Fridays For Future, presente en México y contrario a la construcción del Tren Maya y la refinería de Dos Bocas, emblemas de un gobierno reacio a las recomendaciones de los expertos.

Greta lanza un grito de auxilio; la suya —afirma— no es una lucha política: “Porque al clima y a la biosfera no les importan nuestras políticas ni nuestra palabrería hueca”, pide a los medios mayor atención a la crisis climática, llama a los partidos políticos a tomarse en serio el problema y a los adultos en general a no dejarse vencer por la indiferencia o la apatía. “El futuro de las próximas generaciones recae sobre sus espaldas”, les dice. Y agrega: “Los que todavía somos niños no podremos cambiar lo que hagan ustedes ahora cuando seamos lo bastante mayores para hacer algo al respecto”.

No a la esperanza

¿Cómo leer un libro como el de Greta Thunberg sin sentir vergüenza, sin sentir el peso enorme de la culpa por haber hecho del mundo un lugar inhóspito? Ella, con su estilo directo, contundente, dice: “Nuestra casa está ardiendo”. Pero los adultos hacemos muy poco para extinguir las llamas; en cambio, les pedimos a los jóvenes tener esperanza. “Pero yo no quiero su esperanza”, responde Greta. “No quiero que sean optimistas./ Quiero que entren en pánico./ Quiero que sientan el miedo que yo siento todos los días./ Y entonces quiero que actúen./ Quiero que actúen como si estuvieran en una crisis./ Quiero que actúen como si nuestra casa estuviera ardiendo./ Porque así es”.

Mucha gente ha tratado de desvirtuar las protestas de Greta, su incesante activismo en favor del planeta, pero en vez de apagarla su voz se escucha cada vez más fuerte. Ella critica la inactividad de los políticos, la manera cómo malgastan el tiempo en discursos vacíos, sin asumir compromisos reales para revertir el aumento de las emisiones de gas de efecto invernadero. Por eso muchos de ellos se rehúsan a hablar con ella y sus amigos. “Bueno —escribe—, nosotros tampoco queremos hablar con ellos. Queremos que en vez de eso hablen con los científicos, que los escuchen. Porque solo estamos repitiendo lo que ellos están y han estado diciendo desde hace décadas”. Pero muchos políticos no escuchan a nadie, lo sabemos, y en ocasiones no solo desdeñan sino agreden a los científicos.

La Cumbre del Clima comienza este lunes en Nueva York, con la ausencia de Estados Unidos, el país más contaminante del mundo. Greta ha desplegado una actividad incesante y el 23 hablará en la ONU. Nadie espera palabras amables de quien en febrero pasado les dijo a los dirigentes políticos reunidos en Bruselas: los niños y las niñas “hemos empezado a limpiar su desastre./ Y no pararemos hasta que hayamos acabado”.

Queridos cinco lectores, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén. 

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José Luis Martínez S.
  • José Luis Martínez S.
  • Periodista y editor. Su libro más reciente es Herejías. Lecturas para tiempos difíciles (Madre Editorial, 2022). Publica su columna “El Santo Oficio” en Notivox todos los sábados.
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