Política

Fernando del Paso y la muerte

Es miércoles y en Guadalajara hace frío. El cartujo tiembla de pies a cabeza. De pronto se le hiela también el alma cuando el poeta Jorge Souza Jauffred le avisa de la muerte de Fernando del Paso. Una noche antes le había comentado su más reciente visita al autor de José Trigo: “Lo vi muy débil”, le dijo. Lo encontró como siempre: alegre y elegante, pero después de una hora de conversación, notó su fatiga y lo dejó descansar.

En el periódico El País, Manuela Mena comenta: “La muerte llega de improviso, inesperadamente, como describen tantos artistas, cineastas y escritores en sus obras, aunque la estemos esperando”. Fernando del Paso tenía tiempo enfermo, pero nadie pensaba en su muerte. Su amiga Carmen Villoro, directora de la Cátedra Extraordinaria Fernando del Paso de la Universidad de Guadalajara, esperaba tenerlo como invitado de honor el próximo día 22 en la apertura de Los delirios de Carlota: “Exposición de libros intervenidos y pasarela de productos de la Licenciatura en Diseño de Modas” inspirados en la pintura y en la colorida forma de vestir del escritor. La muestra se va a realizar como se tenía programado: a las 18:00 horas en la Librería Carlos Fuentes.

“Él estaba muy entusiasmado, tenía muchas ganas de ir —dice Villoro—. Va a ser una fiesta visual con libros, bolsas, zapatos, joyería, ropa, corbatas de la línea Fernando del Paso. Es un trabajo realizado con mucho rigor por los estudiantes y los maestros. Es un gran homenaje para él y su obra”.

Vivir intensamente

En Viaje alrededor de El Quijote, Del Paso escribe a propósito del Ingenioso Hidalgo: “como diría Sancho Panza, nunca estuvo muerto en todos los días de su vida”. Don Fernando tampoco. Vivió intensamente, sobre todo después de ser diagnosticado con cáncer en los años 60. Su tiempo parecía agotarse cuando decidió aceptar una beca de la Universidad de Iowa en 1969. Se marchó con su familia: “De ahí nos fuimos a Londres (en 1971), donde estuvimos 14 años, y luego siete en París”, le contó al monje una mañana de 2015 en su casa de la colonia La Calma, en Guadalajara. Acababa de cumplir 80 años, pero se sentía “como de 200”, dijo con una sonrisa.

Ahí estaba su esposa Socorro, con quien hizo el libro La cocina mexicana. El cofrade le preguntó de la muerte; su mujer tomó la palabra: “Ya tenemos el boleto, pero mientras no tengamos el número del asiento, aquí seguiremos”. El comentario hizo reír a don Fernando; era un chiste privado para burlarse de la muerte.

En marzo de 2013, varios infartos cerebrales le afectaron la motricidad y el habla. La recuperación fue lenta pero constante. No perdió la alegría ni dejó de viajar. Interrumpió, eso sí, la continuación de la trilogía Bajo la sombra de la historia: ensayos sobre el islam y el judaísmo. El primer volumen fue publicado en 2011 por el Fondo de Cultura Económica y tenía muy avanzados el segundo y el tercero. “Del segundo nada más le faltaba un capítulo sobre Siria”, dice su hija Paulina en la capilla donde velan el cuerpo de su padre y los familiares y amigos se reúnen para despedirlo.

En su libro sobre El Quijote, Del Paso habla de la muerte de este personaje. Cervantes lo mata, mientras otros autores “desean prolongar no tanto la vida de sus héroes, cuanto la vida de sus novelas, a pesar, sí, a pesar de que en muchas ocasiones —o en todas, más bien— su muerte, sus muertes, estén anunciadas, como las de todos nosotros”.

Al comentar su precario estado de salud, recuerda Carmen Villoro, Del Paso decía: “Se me olvidó tomarme el antiderrepente y de repente ya estoy al borde”.

La muerte ropavejera

En la obra de Fernando del Paso, pintor, poeta, ensayista, narrador, destacan sus novelas “catedralicias”, como las llama Carmen Villoro: José Trigo (1966), Palinuro de México (1977) y Noticias del Imperio (1987). La preferida de él era Palinuro: “es la certeza de mi propia existencia y de la existencia de mis seres queridos: es un himno a la vida”, le dijo al fraile en una entrevista por escrito. Sin embargo, la muerte pasea por la novela y asume un papel protagónico en el capítulo “Palinuro en la escalera o el arte de la comedia”, llevado al teatro por Mario Espinosa. En él, la muerte es detective, bruja, tótem, edecán… Es ropavejera gritando por todos los rumbos de este país de muertos: “¡Señoras y señores, diputados y albañiles, lecheros y marmolistas, arquitectos y enfermeras: vendo todo, compro todo! ¡Compro vidas usadas, vendo muertes nuevas! ¡Compro vidas tristes, vidas fracasadas, vidas famosas y las cambio por muertes de colores, por muertes heroicas, por muertes desconocidas! ¡O se las vendo al contado, señores; se las vendo a plazos y con descuento, señoras! ¡Las vendo al mejor postor! ¿Quién da más, señoras y señores, diputados y pintores, veterinarios y ciclistas? ¿Quién da más por una Muerte-en-la-Plaza? ¡Vendo axilas de industrial y botas de granadero! ¡Compro domingos de oficinista! ¿Quién da más por una muerte sorpresa?”

Fernando del Paso compro una muerte tranquila, rodeado de su familia. El amanuense lo piensa en la agencia funeraria donde todos recuerdan anécdotas y enfatizan el sentido del humor del gran escritor mexicano, quien, como bien ha dicho su amigo José de la Colina, hizo poesía a través de la novela.

Queridos cinco lectores, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.

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José Luis Martínez S.
  • José Luis Martínez S.
  • Periodista y editor. Su libro más reciente es Herejías. Lecturas para tiempos difíciles (Madre Editorial, 2022). Publica su columna “El Santo Oficio” en Notivox todos los sábados.
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