Política

Ciudades desiertas

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Enclaustrado en su celda, al leer los mensajes de amigos confinados por la crisis del coronavirus en Santiago de Chile, Madrid, Berlín, París y Roma, el cartujo recuerda el título de una novela de José Agustín: Ciudades desiertas… De eso hablan sus amigos: de ciudades desoladas, de la experiencia extraña de vivir encerrados, sin poder reunirse en espacios públicos ni abrazar a los seres queridos; también de la oportunidad de reflexionar sobre el rumbo de nuestras vidas en un mundo cada vez más injusto y convulso.

En Santiago, el crítico de cine Fernando Zamora pasa el tiempo en su cuarto leyendo, escuchando música, viendo películas de zombis, observando por la ventana la cordillera omnipresente, oyendo a jóvenes furiosos gritarles “asesinos” a los carabineros, con quienes hace algunas semanas se enfrentaban en calles, cuando cruzan frente a sus departamentos. La situación ya es difícil en este país —dice—, pero “el invierno está por llegar”.

Carlos Rubio Rosell, periodista y narrador avecindado en Madrid desde hace casi 30 años, habla del aire limpio y paradójicamente irrespirable de esa ciudad en estos momentos, de cómo la vida ha sido trastocada por completo, de la perplejidad de sus habitantes, atentos a los programas informativos, esperando el anuncio del final de la pesadilla. “En ese contexto —escribe— aparece la risa, el optimismo, la fuerza de voluntad, el tesón para sobreponerse a la calamidad, la solidaridad y la compasión”.

En Berlín, la periodista Andrea Rivera observa a la gente preocupada, pero sin pánico, con una actitud “más bien de alerta y férrea disciplina”. Las autoridades han recomendado tomar distancia unos de otros, permanecer en casa, evitar la participación de los abuelos en el cuidado de los niños, mientras los youtubers “más serios”, entre ellos filósofos y científicos, plantean “tomar estos días de resguardo como una pausa para reflexionar sobre el rumbo en el que transitan las sociedades, en lo político, en lo cultural… Básicamente, la propuesta es pensar en qué dirección nos conviene redirigir nuestra conciencia”.

La ensayista Melina Balcázar, desde París recuerda las palabras del presidente Emmanuel Macron: “Estamos en guerra”, por lo cual nadie puede salir de su casa sin una justificación por motivos profesionales, familiares, médicos, compras de primera necesidad o paseos breves y cercanos para las mascotas. “Una multa de 38 euros espera a quien pretenda circular libremente —comenta Melina—. Difícil para la población francesa que mantiene una relación de desconfianza ante las directivas gubernamentales escuchar el llamado a la unión nacional”.

En Roma, la escritora Valentina Rizzi cuenta cómo cada mediodía, desde las ventanas o balcones, los italianos dedican un fuerte aplauso a sus héroes: los médicos, enfermeras, policías, soldados, hombres y mujeres decididos a ganarle la batalla al “enemigo invisible”; a las cinco de la tarde el país vuelve a unirse cantando “Volare” para mostrarle al mundo su fortaleza. El virus ha cambiado sus costumbres, lo ha devorado todo —dice—, “pero no nuestra poesía”. Los niños exhiben grandes mantas con la frase “Todo va a estar bien”, “la frase rebota de ventana en ventana, de ciudad en ciudad”. Valentina la piensa “mientras otro día muere, otro está a las puertas” y ella silba la vieja canción de Domenico Modugno: “Volare oh, oh/ Cantare oh, oh/ Nel blu dipinto di blu,/ Felice di stare lassù”.

 

Nuestros héroes

Las historias de quienes viven en ciudades desiertas hacen cavilar al monje sobre los días por venir en nuestro país, con tantos problemas de seguridad y un sistema de salud quebrado. Ojalá, como afirma el presidente Andrés Manuel López Obrador, todo esté perfectamente calculado para combatir al coronavirus con éxito. Pero las señales son ominosas.

Según Carlos Loret de Mola, apenas el miércoles el IMSS ordenó un inventario para conocer “con qué equipo cuenta en sus clínicas y hospitales para hacer frente a la pandemia”; y el viernes, empleados de esa misma institución bloquearon vialidades para protestar por la carencia de insumos para realizar su trabajo.

Médicos, enfermeras y personal de limpieza de los hospitales Gabriel Mancera y Carlos MacGregor, así como del Centro Médico Nacional La Raza participaron en las manifestaciones. De acuerdo con una nota publicada en MILENIO, uno de ellos dijo: “Necesitamos material, insumos básicos, si se presenta algún paciente grave no hay ni siquiera cubrebocas para poder atenderlo, nosotros también estamos expuestos al coronavirus y necesitamos que se nos asegure lo necesario para apoyar a los pacientes”.

Esto sucede en la capital del país, en otros lugares la situación es más precaria, lo más difícil está por llegar, pero tenemos héroes a la vista, los mismos de siempre: el personal médico y de intendencia de los hospitales públicos y privados, los soldados del Plan DN-III-E y el personal del Plan Marina, la conciencia de quienes voluntariamente se resguardan en casa. En ellos está la esperanza de un país donde el personaje más relevante de Salud, no el secretario Jorge Alcocer, sino el subsecretario Hugo López-Gatell, ensucia su trayectoria con la ignominiosa mancha de la lambisconería y el Presidente no deja de placearse, como este sábado en Guelatao, a donde fue a “nutrirse” de la fortaleza espiritual de Benito Juárez, “a recordar sus enseñanzas para enfrentar adversidades”, como dijo ante un pequeño auditorio.

La responsabilidad —debería saberlo— fue una de las grandes enseñanzas del Benemérito.

Queridos cinco lectores, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén. 

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José Luis Martínez S.
  • José Luis Martínez S.
  • Periodista y editor. Su libro más reciente es Herejías. Lecturas para tiempos difíciles (Madre Editorial, 2022). Publica su columna “El Santo Oficio” en Notivox todos los sábados.
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