El cartujo piensa en la frase “tienen el alma podrida”, pronunciada con indignación por Adán Augusto López en Palacio Nacional, la retomó de “uno de los libros o posiblemente el libro más leído en la historia de la humanidad”. El humilde monje la busca primero en la Biblia, luego en el Quijote, por último en la Divina Comedia, pero no la encuentra, tal vez por ceguera o torpeza, por andar buscando donde no debe cuando por sentido común debería abismarse en las obras completas de Taibo II, donde quizá la leyó el culto funcionario.
Pero tiene razón, hay gente con el alma podrida. Dominada por el odio, desea el mal ajeno. Como quienes en estos días inciertos se regodearon con la enfermedad de López Obrador, deseándole incluso la muerte, esparciendo toda clase de rumores ante la ineptitud y las mentiras, es necesario subrayarlo, de los voceros de la Presidencia, entre ellos el propio Adán Augusto. Por fortuna, el mandatario está de regreso, y recargado. Por desgracia, las almas podridas no se han ido ni tampoco descansan. Están en todas partes. Ahora mismo en la puerta principal de la Suprema Corte y en las redes sociales, donde los fanáticos del régimen insultan y amenazan a los ministros renuentes al yugo presidencial. Tienen sobre todo en la mira a la ministra Norma Piña; la calumnian y en medios gubernamentales pretenden ridiculizarla con espectáculos inequívocamente canallas.
Las almas podridas no conocen la piedad, ni la vergüenza. ¿Francisco Garduño sentirá algún remordimiento por la tragedia de los migrantes en Ciudad Juárez? ¿Quién se hace cargo del sufrimiento de los niños con cáncer? ¿Y de los muertos durante la pandemia?¿Y de los desaparecidos? ¿Y de los crímenes de la Guardia Nacional? En el pasado existieron paradigmáticas almas podridas —y en la actualidad la derecha presume cotidianamente las suyas. Pero en la 4T son legión, como ha podido observarse en el Congreso, donde los legisladores del oficialismo son capaces, como diría Pérez-Reverte, “de tomar decisiones tan limitadas, tan estólidas, tan miserables como su propia altura”. Tienen el alma podrida.
Queridos cinco lectores, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.