Roma ha sido la capital del mundo desde hace dos mil años, lo es hoy, y, si no ocurre alguna catástrofe inesperada -esperemos que no-, continuará siéndolo en el tiempo por venir.
No es tema de credo religioso; en ese sentido, Jerusalén sería la número uno, por ser ciudad santa para tres religiones, incluyendo a todas las vertientes cristianas, no sólo a una. Numéricamente, las ciudades más veneradas serían La Meca y Medina, que lo son para los mil quinientos millones de musulmanes, doscientos millones más que los católicos.
No es solo el carácter sagrado de Roma lo que la hace la capital del mundo, sino su fuerza cultural, el ser depositaria de la mayor concentración de arte “por metro cuadrado”. Pintura, escultura y arquitectura de la más elevada manufactura y relevancia. Donde la competencia para las demás ciudades se vuelve aún más difícil, y, la prominencia de Roma, avasalladora.
Destaca también por su urbanismo, primer sistema urbano concebido integralmente y, además, bello, obra de los papas del siglo XVI. Colinas engalanadas con antiguos edificios y ruinas del pasado lejano, perspectivas ascendentes, calles procesionales. Sorpresas, siempre cambiantes, en cada recodo, en cada esquina. Villas salpicadas de jardines aquí y allá, palacios señoriales de “importancia menor”, entre tantos otros, que, en cualquiera de nuestras ciudades anodinas, impactarían.
No hay otra ciudad del mundo que tenga una Plaza del Capitolio como la romana, esplendorosa plaza mirador, elíptica, abierta a la ciudad a sus pies. De edificios marmóreos, blanquísimos, que la magnifican, sobre una de sus siete colinas. O una impactante plaza del Vaticano, delimitada por la majestuosa Columnata de Bernini, y la gran Basílica. Aunque en momentos la desborden las multitudes, impone por su magnificencia. Obra compartida de tantos grandes, Bramante, Miguel Ángel, Sangallo y otros. Ejemplos, sobran.
Si los arquitectos más excelsos pudieron hacer, en conjunto, una caput mundi extraordinaria y gloriosa, ¿no podremos los arquitectos de hoy dejarnos de individualismos y ensimismamientos, y hacer obras compartidas, colectivas e integradas, para lograr ciudades más armónicas, vivibles y bellas?