Regresa octubre. Con toda su discreción y generosidad para con esta ciudad, a ratos tan atribulada. Se lleva, al fin, los calores primaverales que duraron todo el verano. Las lluvias tardías que no llegaran en julio, parecen disiparse. El octavo mes romano, devenido en el décimo nuestro, asunto de cómo se quieran sacar las cuentas.
Las mañanas levantan frescas y ligeras en el barrio, sopla una brisa clara, tenue. Se anuncia el primer frente frío, se siente. Medias mañanas esplendorosas, el sol orgulloso de las diez ilumina las frondas esmeraldas que las aguas devolvieran a los árboles del camellón. Mediodías tibios y calmos, ya se puede volver a caminar por la calle, idos los bochornos.
Tardes de otoño tempraneras, se acortan. Nubes rosáceas, suspendidas en el horizonte, adormiladas, ¿aún en la siesta? Atardeceres efímeros, se sale en plena luz, la oscuridad se impone pronta. Presagian que el año largo entra en su recta final. Otro. Temporadas finitas, estaciones que corren de prisa; mejor aprovecharlas al máximo.
Días de salida; el frenesí urbano desde primera hora del día. Es mes estratégico para sacar los pendientes del año y descansar en navidades, todo mundo a la carrera. Ya no sirve salir a las siete de la mañana, demasiados pensamos lo mismo, las escasas avenidas tapatías, como las de cualquier ciudad provinciana, congestionadas, en el pecado está la penitencia, dicen, el transporte público, casi invisible, arrojado a las orillas de las “arterias vehiculares” de la ciudad de los coches. En la tarde-noche habrá que esperar a que el caos amaine para volver a casa, preferible.
Noches entrañables, perfumadas, parecieran alargarse, con o sin la celebrada luna. Se puede estar afuera sin abrigo, casi, de menos un rato. Se duerme bien en la frescura cálida. Triunfa octubre, el renacido, siempre sosegado, con todo y calentamientos globales, calores locales, guerras palestinas y propias, huracanes y lo que se sume mañana, de todo hay. ¿Hasta cuándo?