La inseguridad, la violencia y el crimen, con su vertiente más dolorosa e insondable, las y los desaparecidos, es el principal obstáculo para construir una mejor ciudad.
Más, mucho más que la falta de transporte, la carestía de la vivienda o la degradación del medio ambiente. Todo esto puede solucionarse en algún momento, no será fácil, pero es posible, y es el reto que, a algunos, en particular a los de esta profesión extraña llamada urbanismo, nos mantiene en pie.
Pero cuando entramos en la Laguna Estigia de los desaparecidos, el escenario cambia, se ensombrece y desalienta. ¿Cómo podemos tener parques extensos, arbolados y abiertos, si van a ser guaridas de maleantes? ¿Cómo podemos aspirar al mejor transporte público si es el sitio en el que las mujeres jóvenes se sienten más vulnerables? Ni pensar en una ciudad tranquila o silenciosa cuando el ruidoso va armado.
Ante esto, escribir sobre urbanismo, y casi sobre cualquier otra cosa, se vuelve secundario. Pero no todos podemos escribir sobre lo mismo todo el tiempo, y menos sobre un tema así, nos abrumaríamos. Supongo que no queda más remedio que seguir tratando las demás cuestiones, y preparar el escenario para cuando cambie. Esperemos que, con la contribución de todos, mejore algún día.
Mientras tanto, que haya monumentos -o anti monumentos- por toda la ciudad que nos recuerden a los que faltan. No tienen por qué ser grandilocuenteso costosos, pueden ser sutiles e introspectivos. El más importante, este sí, muy notorio, en el centro mismo de la ciudad, para que no olvidemos a los miles que se desvanecieron. Aquí y en el estado; al final del día, Guadalajara es la capital de Jalisco.
Que se vea que encaramos el problema y que lo queremos resolver. Y que no permitiremos que este momento negro de nuestra historia se repita u olvide. Para eso son los monumentos, para recordar y para mirar hacia adelante.