Martius, primer mes del año romano e inicio de la temporada guerrera, a la que tan afecto fuera el imperio conquistador. Lo bueno es que los idus del cesar ya no atacan por sorpresa en estos tiempos.
En Guadalajara, marzo es muy distinto, más pacífico, si acaso, airoso. Mañanas tempraneras aún frescas, a principios de mes, más bien heladas, invierno que se resiste a marchar. Ráfagas matutinas gélidas, que, en cualquier caso, se repliegan pronto para dejar paso a unas medias mañanas luminosas, ventosas, ¿venturosas? Primaveras de amarillo invernal anticipan estaciones floridas.
Mediodías que entibian, ligeros, se vuelven suaves, serenos; nada se mueve, salvo el viento. Se escuchan algunos pajarracos activos en el jardín y, las ardillas que volvieran, ¿hará una década?, después de varias de ausencia, y de qué forma. Vertiginosos seres arbóreos en faena constante, dinámica perpetua, persiguiéndose, volando entre las frondas.
Por las tardes reaparecen los aires revoltosos que no terminaran de llegar en febrero; no quieren dejar de hacerse presentes, sanos, benignos. Tardes frescas, comienzan a alargarse camino a la primavera. Equinoccios marcianos, noches-días idénticos.
Mediados de mes; las mañanas dejan de enfriar, los mediodías anticipando calores de abril y mayo. Las tardes se alargan un poco más, casi veraniegas, pero aún templadas, aunque sea. Noches que ya no obligan a la chamarra o el suéter. Más bien, animan a la desvelada, a la permanencia insomne. Es media noche en el jardín silente, oscuridad ingrávida, suspendida.
Marzo cambiante, cierra con unos últimos días que, por sorpresa, refrescan de nuevo. Semana Santa de jacarandas, violeta nostálgico que se enseñorea por una ciudad medio vacía, más calma y apacible. ¿Remembranzas de antaño o tregua efímera? Ecos lejanos del frenesí urbano, fosas en El Salto, incendio en Ixtlahuacán, poca agua en la Presa de Calderón y en Chapala, el sonsonete electoral. A saber qué se viene.