Valga la redundancia. Hoyanco, cráter o “bújero”, como se dice en la localidad, el padre de todos los socavones —12 metros de longitud, 4 de anchura y 6 de profundidad—, aparecido intempestivamente en el cruce de López Mateos y Periférico, ni más ni menos, colapsó la ciudad el pasado jueves por la mañana. De nuevo el Arroyo Seco, mojadísimo, atentando contra esta urbe. Kilométricas filas de autos, desvíos, trayectos de tres horas, y desconcierto total fue el recuento de un episodio más del hasta ahora copioso pero complicado temporal. Que, por otra parte, nos es imprescindible para recargar nuestras fuentes de agua.
El socavón, o, mejor dicho, los socavones, porque han sido muchos por toda la ciudad —solo en mi barrio, dos—, evidencian que buena parte de nuestra infraestructura urbana está obsoleta. Que en temporal es simplemente inoperante, si bien nos va, o, peligrosa y letal, como hemos podido constatar con las tragedias de los últimos años. Se necesita revisar cada paso de arroyo, alcantarilla y colector; a saber, cómo estarán túneles y puentes. Tarea colosal, pero imprescindible, que no se ve y menos se vende políticamente, pero que cuando falla, nos estalla en la cara a todos, en una metrópolis de 5 millones de habitantes que depende de unas cuantas vías para su vida diaria.
Los especialistas no cesan de repetir, como si de un mantra se tratase, que la causante es “la urbanización desmedida” que encementó las cuencas y bloqueó la absorción natural de las aguas. Cierto. La primera pregunta, es cómo llegamos a ello. No fueron sólo las autoridades que lo permitieron. También hay que tomar en cuenta que miles, sino es que millones de ciudadanos, aspiran a una casita con jardín, cochecito en puerta, en alguna periferia lejana. Se niegan a “repoblar” la ciudad central, rechazando toda doctrina urbanística. Por su parte, los promotores inmobiliarios descubrieron y encauzan esta preferencia desde hace años.
La segunda y más importante pregunta, es cómo lo vamos a resolver, porque esto apenas comienza, o bien, se complicará en el futuro próximo. Si el World Population Review acierta, seremos 6 millones de tapatíos hacia 2031, es decir, en apenas siete años. Debemos reconocer cuales son nuestros patrones de crecimiento urbano y encauzar la planeación hacia ellos, y no lo contrario. Necesitaremos más y mejores infraestructuras, a prueba de agua, muy pronto. Hay que valorarlas, reconocer a quien trabaje en ellas, y resolverlas. El futuro de la ciudad depende de ello.