Para cuando nos llega abril, el calor ya se apersonó en la ciudad. En esta tierra catalogada como “semiseca”, que más bien se volvió sequísima. Es con estos calores que nos damos cuenta de todos los árboles que nos faltan, de los que perdimos, o los que no queremos plantar porque “son peligrosos”y tiran basura. De los parques encementados que ya no refrescan, de los bosques cercanos que ansiamos devastar y calcinar. Manantiales y veneros taponeados con cemento, o simplemente desvanecidos, Agua Azul olvidado.
De sopetón asuntamos que, por lo mismo, tampoco tenemos agua. Que a pesar de los millones de litros que iban a llegar gracias a los muchos más millones invertidos en magnas obras hidráulicas, aún no se atisba en el horizonte una sola gota. Por una muy sencilla razón, porque aún no llueve. Porque se necesita lluvia para que las presas se llenen. Porque a la naturaleza no le vamos a dictar nuestros designios y exigencias, y, aunque lo hiciéramos, no nos hará caso. Tarde nos damos cuenta que los frustrantes tandeos, el agua amarillenta y las carísimas pipas rondan por allí, listas para desplumarnos.
Es cuando descubrimos que una ciudad despanzurrada de 3,000 kilómetros cuadrados de extensión se calienta como una sartén. Que los millones de metros de pavimentos de la ciudad de los coches son un horno. Y eso sin mencionar los esmogs y demás humos asfixiantes. El campo fresco y verde terminó por alejarse demasiado de esta infinita plancha de concreto en la que se tornara el otrora valle, hoy, invernadero de Atemajac. Nunca fue buena idea ser cinco millones en una “mancha urbana”, de menos, no en estas condiciones.
Abriles tapatíos, calurosos, candentes. Estallan los tabachines, fulgurantes al rojo vivo, ¿se estarán tatemando ellos también o será mero exhibicionismo? Como sea que sea, exacerban el espectáculo visual. El consuelo es que el fresco de la tarde-noche suavizará el ambiente sofocado, sobre todo, si nos alcanzan los aromas lejanos, cada vez más escasos, de jazmines y azahares. Refréscanos abril con una sombrita que nos haga revivir. La agüita fresca con hielitos, o la cerveza, esa que se la agencie cada quien.