Cultura

Superman o Supermán ya casi octogenario

  • Los inmortales del momento
  • Superman o Supermán ya casi octogenario
  • José de la Colina

En los finales de los años 40 o comienzos de los 50, es decir, en tiempos en que la Ciudad de México aún no era Esmógico City, se oía desde victrolas o sinfonolas, desde radios, ferias de barriada y fiestas de vecindario, una rumba, o guaracha, o lo que fuese, que, mediante la fácil magia de acentuar la última sílaba de un nombre o sobrenombre volvía latinoamericano al que sería un personaje mítico del siglo, pues decía una rumba o guaracha: “Si me pongo trusa/ parezco caimán./ ¡Pintame de colores/ pa’que parezca Supermán,/ pa’que parezca Supermán!”

Así, el superhombre angloamericano, ataviado con mallas azules y rojas, con capa roja y una roja S en el escudo superpectoral, desde finales de los años 30 recorría periódicos, revistas, pantallas de cine, y, por si faltase, una vez al menos había visitado el gozoso reino guapachoso. Y, pues los mitos tienen vocación transgenérica, no sería raro que el multicolor ochentón pisase un día los tablados de la ópera (como creo que ya sucede con Batman o algún otro ahora más frecuentado y celebrado héroe de cómic).

Superman (aún sin acento en la última letra) nació de una pareja de ciudadanos distinguidos del planeta Krypton, quienes, para salvar al bebé de un estallido planetario, lo metieron en una nave espacial y lo expidieron a la Tierra. Aquí el niño, adoptado por granjeros que lo formaron en los valores morales de los United States (In God & Cocacola & Dollar We Trust), resultó un ser prodigioso que, procedente de un planeta donde la atmósfera es menos densa que la de la Tierra, podía mover bultos gigantescos y vencer la ley de gravedad volando por doquier y superando en mucho los récords de San Giuseppe de Copertino (el fraile levitador propuesto como santo patrono universal del gremio de los pilotos aviadores, aunque, para decir la mera verdad, solo ejercía sus aéreas proezas dentro de los límites de su pueblito). Y con esos vuelos de diferentes velocidades y alturas y rizos, Superman, ya muchacho, y luego ya hombre y merecedor del pregón que lo anunciaba en los cortos de dibujos animados: It´s a Bird?, It´s a Plane?...It´s Superman! (“¿Es un pájaro? ¿Es un avión?... ¡Es Supermán!”), se erigió y eligió en campeón de la justicia y en policía universal autoempleado en castigar a gánsteres, a sabios malvados, a hormigas gigantescas, a invasores intergalácticos, a solapados agentes del comunismo, a cualesquiera villanos y crápulas del siglo XX y aun de todos los siglos (pues también, doblado en héroe de cronoficción, suele viajar e intervenir en el Pasado o en el Futuro).

Pero Superman tiene doble identidad: cuando no debe ejercer la superhombría toma la apariencia del tímido y anteojudo reportero Clark Kent, eterno objeto huidizo del deseo de la bella reportera Louise Lane, la cual, pese a su profesional perspicacia, nunca ha descubierto al titán escondido tras la vestimenta ordinaria. Y cuando Superman debe abandonar esa falsa identidad, pues lo reclama alguna catástrofe que amenaza a la ciudad o al mundo, busca urgidamente un WC o una cabina telefónica que (como no suele ocurrir) estén desocupados, se quita allí el traje común, súbitamente florece con la colorida vestimenta del verdadeoro oficio (que lo agracia con un aerodinámico gay’s look) y profiere como en un spot comercial: “¡Esta es una labor para Superman!”

Orígenes del mito

El Superhombre nada nietzschiano que se propagaría por el mundo con marca estadunidense en realidad tiene por padres al escritor Jerry Siegel y el dibujante Joe Schuster, quienes en 1938 lo engendraron para la revista de historietas Action Comics, en la que al principio fue vecino de otros héroes forzudos aunque no sobrehumanos. Cuando el nuevo paladín azul, rojo y amarillo fue el astro indiscutido de la publicación, esta fue rebautizada como Superman´s Magazine, y desde ella el titular sobrevoló las fronteras geográficas e idiomáticas y, como la Coca Cola, la hamburguesa McDonalds y el American Dream, se propagó por el mundo hablando todos los idiomas, menos, en años de la Segunda Guerra Mundial, el alemán, el italiano y el japonés. Los que fuimos niños en los años 40 (juro que lo fuimos) recordamos un episodio en que el hiperatleta, tras aniquilar divisiones de infantería y cazar aviones bombarderos y destruir tanques y carros de asalto y bombas teledirigidas y otras armas enemigas, atrapaba nada menos que a Hitler, a Mussolini e Hirohito, los ataba como rábanos en ramillete y los lanzaba al espacio interplanetario, donde giraban como histéricos asteroides en el abismal vacío. Y así, tras el paso por la radio (cfR. Radio Days, de Woody Allen) trasbordó el superhéroe al cine, que ávidamente lo esperaba con trucos y efectos especiales, primero en series de cortos episodios, luego en grandes superproducciones de all star casting.

Confesaré que en mi niñez Superman o Supermán no obtuvo mis simpatías, las cuales iban más al mago Mandrake, al Príncipe Valiente, a Flash Gordon, al Reyecito, a los Supersabios, a la Familia Burrón y, sobre todo, al Spirit, la casi paródica obra maestra del cómic creada por Will Eisner en 1941. Ocurría que yo no encontraba muy interesante a un tipo que, como superhombre que era, todo lo podía gracias a unos superpoderes con los cuales puede hazañear de lo lindo, pues ¡así cualquiera “la hace”!

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