En un hospital de Santa Mónica se apagó, a los 65 años y al medio siglo de soplar música, uno de los grandes jazzmen de todos los tiempos y el primero de mis favoritos: el trompetista Miles Dewey Davis III (Alton, 26 de mayo de 1926-Santa Mónica, 1991), a quien la Eternidad reconocerá sencilla o intensamente como Miles Davis. Pero anoche el poeta de la trompeta varia o lineal, el sucesivo mago del bebop, del cool, del hardbop, de la íntima melodía en sordina del horn de acero Harmon, me visitó en su más viva versión de fantasma para regalarme un blues que acababa de inventar…
Eso ocurrió en un sueño, pero como yo creo que si alguien te hace una visita onírica debe ser porque solicita que escribas de él, aquí van estas líneas sobre el gran mago del jazz, que de un mediano filme hizo una obra maestra por gracia de la banda sonora, casi toda debida a solos trompetales de Miles.
Miles, trasladador al entero jazz de los temas de Porgy and Bess, ópera-jazz de Georges Gershwin, y también de las saetas del cante flamenco, y del adagio del Concierto de Aranjuez y de los ritmos africanos orientales, y, sobre todo, de las voces solitarias e íntimas oídas en las infinitas calles nocturnas de Estados Unidos evocadas en una ondulante línea de flotante soplo en estilo blues, esa música que mientras yo viva estará en las esperadas muchas noches en las que escucharé el diálogo de Miles con la fraternal trompeta…
Y cómo olvidar, al escuchar en esta medianoche de sábado la banda sonora de Ascenseur pour le cadalse (Fontana 460.603 ME-1957), eso que contó en alguna de sus crónicas Boris Vian, quien como asistente en asuntos de jazz de la compañía Fontana estuvo presente en el caso (o habría quizá que decir el milagro) que aquí va sintetizado, ni modo…, en mi pobre prosa.
Durante la grabación de la música para la película, cuando Miles ponía monólogos de puro jazz a los personajes de Jeanne Moreau y de Maurice Ronet, hubo un leve accidente: se le adhirió a la trompeta un pequeño fragmento de la piel labial que entró en la boquilla del instrumento, obstruyéndola parcialmente y alterando el sonido; y qué prodigio: el suceso no interrumpió el soplo de Miles, pues, “como un pintor que debiese a un azar la inusitada calidad plástica de una pincelada errónea” (dice Vian), él siguió soplando y modulando, milesianamente, ese inesperado y raro sonido, y logró variaciones del tema que serían inolvidables, porque los tomas de la grabación, meramente puestas una tras otra, vienen a ser, con su serie sobre un tema, algo así como la bachiana Ofrenda musical del jazz… Así que, disculpe, don Johann Sebastian, pero si algún jazzman habrá tenido una suerte de genio bachiano en el jazz, ése habrá sido el trompetista Miles Davis.
Y ya que he convocado a Boris Vian, otro querible fantasma, no olvidemos aquella anécdota que también cuenta en alguna crónica (por ahí la tengo ¿pero dónde?) sobre el filósofo Jean-Paul Sartre y… el jazz.
En tiempos en que dirigía la revista Les Temps Modernes, Sartre, gran jefazo del existencialismo en modo marxista, solicitó a Boris Vian que lo guiara en un viaje exploratorio por las caves (los cabarets de sótano) de Saint-Germain-des-Prés en los que se tocaba jazz. Vian era el guía perfecto para tal exploración en la parisiense selva jazzística: erudito del asunto, era además buen trompetista amateur (aunque no tocaba la trompeta sino la trompinette). Y en el antro Tabou, donde hasta la madrugada había insomnes jam-sessions a cargo de los miembros del Hot Club, Sartre profirió: “El jazz es como los plátanos: consumible en el momento y desechable inmediatamente”.
Y meses después publicó en Les Temps Modernes un artículo en el que, a partir de su banal y bananero aforismo, desplegaba una global ignorancia acerca del jazz. Y, quizá pensando que acerca del asunto solo él debía filosofar, o más bien filosofear, empezó a rechazarle los artículos al trompinetista Vian, que nadie sabrá qué demonios tenía que hacer en la aburridora publicación.
Boris salió de la revista pero, nada rencoroso, tomó el caso con humor, y en su bonita novela neorromántica y jazzofílica La espuma de los días, en la cual inventó el pianocktail, un aparato que simultáneamente producía jazz y cocteles de varios sabores y colores, e hizo del filósofo pelma, hoy casi “descontinuado”, un cómico personaje secundario levemente disfrazado (anagramizado) como Jean-Saul Partre.