Cultura

El heresiarca Prisciliano, cantor del “Himno de Argirio”

  • Los inmortales del momento
  • El heresiarca Prisciliano, cantor del “Himno de Argirio”
  • José de la Colina

El gallego Prisciliano (¿345?-384), súbdito del Imperio Romano, hombre muy adinerado, muy culto y buen escritor, que por un tiempo fue obispo de la castellana ciudad de Ávila, inició en la penúltima década del siglo IV y en tierras españolas y francesas un movimiento ascético y reformador del clero que esencialmente fue un intento de refundación del cristianismo y, extendiéndose a otros paisajes de Occidente y aun a África, quiso abrir el catolicismo a los sueños y deseos de sus fieles. Pero la aún tierna y ya corrupta Iglesia católica de entonces (en la que los ricos de diversas comunidades, sobre todo en las provincias, compraban sacerdocios y obispados para parientes, amigos y servidores) encontró eso intolerable y, valiéndose del brazo del poder secular —cuyos funcionarios altos, medianos y pequeños les servían de modo descarado, aunque "justificado" por la joven "segunda fe", la católica, que había sido adoptada por el Estado romano—, ahogó la causa priscilianista en sangre y en dura represión. Según se lee en el Cronicón de san Próspero de Aquitania, la Iglesia, acudiendo a la autoridad civil del emperador en turno y sus representantes provincianos, puso a Prisciliano y algunos seguidores bajo el hacha, produciendo unos mártires... que eran sacrificados por su propia Iglesia. Dice Próspero: "En el año 385 del Señor, en Tréveris, siendo cónsules Arcadio y Bauton, fue decapitado Prisciliano, juntamente con Eucrocia, mujer del poeta Elfidio, con Latroniano y otros cómplices de su herejía".

Lo cual indignaba a San Martín de Tours, católico indudable, que en vano había suplicado a obispos y al emperador Máximo que
no se derramase una sangre que aunque herética seguía siendo cristiana. "Debieron los obipos dictar sentencia contra Prisciliano, o confiar tal decisión a otros obispos, pero no permitir al Emperador meter su autoridad en una causa interna de la Iglesia".

Aun en el martirio cantaban los priscilianistas el llamado "Himno de Argirio", acaso escrito por el mismo Prisciliano. Es un hermoso poema que incita a una fe de vitalidad y alegría, y que solo busca acatar las leyes de un Dios benefactor, muy poco dogmático y no exigente de más ataduras que las del amor:

Quiero atar y ser atado.
Quiero desatar y ser desatado.
Quiero salvar y ser salvado.
Quiero ser reengendrado.
Quiero cantar y saltar.
Saltad y cantad conmigo.

La historia de Prisciliano me fascinó desde que en los años cincuenta lo hallé en la portentosa Historia de los heterodoxos españoles, de Menéndez Pelayo, quien, tan reaccionario pero a la vez inmensamente erudito y genial escritor, condena al líder por su herejía y lo admira por su saber y su estilo. Y a Prisciliano yo lo reencontré en otros libros y en el maravilloso filme de Luis Buñuel La Vía Láctea, que es un paseo tan documentado como divertido por algunas de las principales herejías y heterodoxias, y donde el líder gallego aparece en un bosque (de cualquier lugar de la boscosa Europa) oficiando una misa como en un pícnic nocturno y nudista.

Más tarde, en los finales años noventa, esperé que tal vez el papa Juan Pablo II, que propuso a su Iglesia católica un examen de su política, rehabilitaría retrospectivamente a los heterodoxos condenados por el catolicismorealmente existente y perdidos en la Historia oficial católica "como lágrimas en la lluvia". Pero no ocurriría tal amnistía, aunque fuese meramente hacia el pasado. De modo que si Prisciliano y el bueno y justo Martín de Tours viniesen a estos tiempos, se espantarían viendo a una jerarquía eclesiástica firme en la roca del dogma, en la política mundana, en una poco cristiana actitud de intolerancia.

Prisciliano, un cristiano ya moderno ¡en el siglo IV!, es uno de mis personajes favoritos de la Historia del mundo y de la continuación de ésta en la Leyenda, y lo veo atravesando a pie los grandes, los espesos, los oscuros bosques de la vieja Europa llevando su soñadora cabeza bajo el brazo, y cantando sin fin:

Quiero atar y ser atado.
Quiero desatar y ser desatado.
Quiero salvar y ser salvado.
Quiero ser reengendrado.
¡Cantad y saltad conmigo!

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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