Cultura

El gran don Ramón en su cohetería verbal

  • Los inmortales del momento
  • El gran don Ramón en su cohetería verbal
  • José de la Colina

A veces, en la alta noche, sea por el mero disfrute de la relectura o sea en busca de “inspiración” para mis labores de articulista (pero, conste, no para plagiar), releo mi antología de páginas ajenas, pero ya muy mías gracias a la deleitosa relectura, que he ido coleccionando a mon seul plaisir, y sucedió que ayer reencontré el deslumbrante retrato verbal que en 1936 un gran escritor, un Juan Ramón, hizo de otro, un don Ramón. He aquí la semblanza:

“Su guerra literaria y no literaria fue charamusca en guerrillas, una batalla teatral declamada con pólvora sola. Alzaba el telón en cualquier sitio, se adelantaba al enemigo y al amigo y empezaba a hablar. Hablaba, y se veía que aquello era su amor, su fe, su razón de vida o muerte. Era el suyo un creciente magnífico, y en esto se parecía a los irlandeses, tan mágicos charladores. Y al final de su perorata policroma, musical, plástica, había una frase dinámica, ascensional, de espesa cauda de oro vivo, que subía, subía, subía entre el coro y el vitoreo generales y daba en lo más alto de su poder un estallido final, el trueno gordo, como un gran punto redondo, áureo y rojo por un instante, negro luego y desvanecido en lo más negro. Valle-Inclán se quedaba abajo, enjuto, oscuro, ahumado, en punta a su frase, como un árbol al que un incendio le ha volado la copa, como un espantapájaros con rostro de viento, como el castillo quemado de los fuegos de artificio. Todos entonces: camareras, soldados, niños, poetas, que se habían mantenido a distancia por el respeto inconsciente al incendio de la belleza, peligro de vida y muerte, se acercaban a él riendo y lo zarandeaban un poco de la manga vacía, mirándole arriba la cabeza sin corona, con sombrero nada más. Y todavía caían aquí y allá, de sus ojos irónicos y cansados de prestidigitador, de astrólogo, de mago, de brujo, entre su ceceante sonrisa y los hilos cenizos de su barba de cola de caballo, algunas coloridas, débiles, sordas luces de Bengala”.

La página, vibrante de ritmo y color, revive a una presencia humana en chisporroteante ascensión prosística desde la persona hacia el personaje, o más aún, hacia el mito de don Ramón María Valle-Inclán (nacido en Villanueva de Arosa, Pontevedra, Galicia, 1886; fallecido en Santiago de Compostela, Galicia, 1936; autor de Flor de Santidad, Sonatas, Luces de Bohemia, etc.), y se le ve y casi se le oye tal como, en una tertulia de café madrileño, lo veía y lo oía un gran poeta que se ejercía lo mismo en verso que en prosa: Juan Ramón Jiménez (Moguer, Andalucía, 1881-San Juan de Puerto Rico, 1958; premio Nobel de 1956; autor de Platero y yo, Diario de poeta recién casado, La estación total, Españoles de tres mundos, etc.). En ese texto alto y vertiginoso, titulado “Ramón del Valle-Inclán/Castillo de quema”, Juan Ramón, más que solo evocar al gran mago manco, al cohetero de la palabra, lo revive en un dinámico, intenso momento de su prosa oral, tan magnífica como su prosa escrita.

El vívido medallón presenta al don Ramón primero, el siempre autoconstruido personaje, el autonombrado general de un “Ejército de Tierra Caliente” (en México, donde sí estuvo, y en dos ocasiones), el viejo fauno de barbas de chivo (que decía Rubén Darío), y lo ofrece, al lector espectador, como un teatralísimo pero sincero actor de sí mismo que, ebrio de pasión verbal y oral, de elocuencia desaforada, con la que se embriagaba más que con vino o tequila, estalla en un sonoro coheterío de palabras que asciende en coloridas centellas, y luego de dar un final y cegador estallido en ramillete o explosión, desciende dejando ahumado al don Ramón maestro en cohetería de palabras, de metáforas, de insultos, de caprichosas o justas palabras castellanas, o gallegas, o latinas o latinoamericanas o mexicanas.

La página, que releo siempre con el goce de la primera y desprevenida lectura, es una breve e ígnea fiesta de prosa oral que pone en pie al personaje chamuscado pero invicto en un dinámico trazo de retrato verbal condigno de tal retratado. Otro gran poeta en verso y prosa, Luis Cernuda, que admiraba, quería, y también malquería, a Juan Ramón Jiménez, escribió que con Juan Ramón, y con el anterior don Ramón, nacía la prosa española del siglo XX… y se podría añadir: del XXI y de los siglos que vengan (si es que acaso van a venir).

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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