Cultura

El caballero apocalíptico del doctor Fragonard

  • Los inmortales del momento
  • El caballero apocalíptico del doctor Fragonard
  • José de la Colina

La creación más fantástica, más alucinante que pueda haber del caballero apocalíptico de la Muerte es una obra que no nació de una intención artística sino para un uso científico. Es el Cavalier del doctor Fragonard, hermano del pintor, que en la Escuela Nacional Veterinaria de Alfort, Francia, montó la momia de un hombre de quince años en la momia de un caballo, logrando así una imagen más escalofriante que cualquier pintura con el tema de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis. Capricho de un médico al que inspiraba un asunto muy frecuente en las artes plásticas de una época, finales del siglo XVIII, en que surgieron las fantasmagorías de las sectas secretas y los prodigios truculentos del mago Cagliostro y el Conde de Saint Germain.

Tal “escultura” bicadavérica con un tema que se diría propio de un cuento fantástico de Hoffmann o de Poe, puede verse como un frenético memento mori propuesto en una época en la que, por debajo del hedonismo, y el amor a la razón y a las ciencias, muy de los tiempos de la Ilustración, se iba filtrando una sorda tristeza, una melancolía característica de los finales de las sociedades y los personajes de “fins de race” que se observa también en la transición de la Edad Media al Renacimiento.

Ninguna pareja de descarnados esqueletos de las terribles Danzas de la Muerte europeas podría rivalizar con la del doctor Fragonard, ofrecido a los estudiantes de la escuela médica de Alfort como instrumento del estudio de la anatomía, pero al que se podría clasificar como una no deliberada obra del arte fantástico. Si los descarnados y danzantes esqueletos de las pinturas y los grabados medievales son de una nitidez casi abstracta, casi inhumana, el caballero desollado pero en gesto intensamente sugeridor de movimiento, de ataque de lancero a caballo, es espantosamente humano. En su figura fijada en laboratorio se diría que cada músculo vive, tensa e invisiblemente vibrante en el esfuerzo. Lo hermanamos con los mártires cristianos, en particular con el San Bartolomé debajo de cuya piel Miguel Ángel puso su propio rostro patético; lo hermanamos con los personajes sin nombre que vemos en las pinturas flamencas ser desollados por verdugos precisos y minuciosos que cortan la piel en tiras sangrientas. En oposición al “limpio” esqueleto, el barroco arte visual de los siglos XVII y XVIII vuelve de algún modo, no por la vía de la imagen edificante o el mero documento científico, sino por la ruta de las emociones violentas y de
la tragedia visual, retornando al horror de la momia con segunda vida, a la heroicidad inútil, al galope fantasmal del caballero guerrero, de ojos desorbitados.

Se diría que el estremecedor jinete de Fragonard va cabalgando en una aventura de quimérica persecución infinita, como en el poema que Edgar Allan Poe escribió acerca de la busca de El Dorado y que ofrezco en traducción quién sabe de quién, y osada y torpemente “intervenida” por mí:

Un caballero alegre y valiente

día y noche cabalga y cabalga,

y canta mientras, osado,

va en busca de El Dorado.

Vana es su aventura:

va muerto el caballero,

aunque crea que llegará

al pueblo de El Dorado.

Pero de pronto ve una sombra,

Y “¡Sombra!”, grita airado,

“dime dónde se halla

el pueblo de El Dorado”.

Y montes pálidos cruzando,

a valles ocultos bajando,

cabalga, siempre osado,

a la busca de El Dorado.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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