Cultura

Apollinaire y… ¿la palabra más mexicana?

  • Los inmortales del momento
  • Apollinaire  y… ¿la palabra más mexicana?
  • José de la Colina

Cuando el académico Diccionario de la Lengua Española aceptó un verbo mexicanísimo: “chingar”, lo cargó con las siguientes acepciones disculpatorias o precautorias: “chingar. (Del caló čingarár, pelear). tr. Importunar, molestar. || 2. malson. Practicar el coito. || 3. coloq. Beber con frecuencia vino o licores. || 4. Am. Cen. Cortar el rabo a un animal. || 5. intr. Can. salpicar. || 6. Pal. tintinar. || 7. Arg. y Ur. Colgar desparejamente el orillo de una prenda. || 8. prnl. embriagarse. || 9. Can., Arg., Bol., Chile y Col. No acertar, fracasar, frustrarse, fallar. || ~la. fr. coloq. Arg. Equivocarse, fracasar”.

Uno, como cualquier lector astuto que en la niñez de perverso polimorfo —diría Freud— buscaba en los diccionarios las palabras prohibidas por los mayores para inquietar a los chicos precoces y procaces, sabe ahora que las acepciones académicas 1ª, 2ª y 9ª de esa palabra frecuente en todos los labios léperos de México serían documentadas por tres casos: (1) cuando una bronca en cualquier salón-cantina se oye a uno de dos clientes discutidores gritar al otro vociferante: “¡No me estés chingando”; (2) cuando, en el mismo lugar de alcoholes turbios y comunicativos, se oye decir a un contertulio con presunciones donjuanísticas: “A esa señora pirrurris ya yo me la chingué”, y (3) cuando, posiblemente en el mismo sitio de las civiles libaciones, alguien termina el relato de una severa frustración crematística: “…Y entonces, ¡chin!, que se me chinga el negocito”.

Ítem más: en otra entrada, que también, como suele suceder, es una salida, el mencionado lexicón (que no es palabra mala, sino otro modo elegantemente pedantesco de decir diccionario) incluye “chingada”, voz derivada del verbo ya mencionado, y así la ilustra: “chingado, da. malson. Méx. U. para expresar sorpresa o protesta. || a la ~. loc. adv. malson. El Salv. y Méx. a paseo. Me mandó a la chingada. ¡Váyase a la chingada! || de la ~. loc. adj. malson. Méx. pésimo. U. t. c. loc. adv. V. hijo de la ~”.

Dejando aparte la académica si bien candorosa ilusión de que, en México y en la hermana República de El Salvador, mandar a alguien “a la chingada” sería lo mismo que meramente enviarlo a pasear por extraviados y malolientes rumbos cuyo solo callejerío fuese canalla, yo he aplaudido en un lejano texto de ocasión que los lexicólogos oficiales registrasen esas tan emblemáticas palabritas con sus implicaciones mexicanísimas. Y ahora, cuando, saltando de página en página del libro Calligrammes, de 1918, releía al gran poeta francés de la modernité, Guillaume Apollinaire (1880-1918), me fue grato encontrar que en su poema “Lettre-Océan” (es decir “carta ultramarina”) incluyese la palabra ésa, dispuesta en una irregular columna de sílabas y tipográficamente incorrecta (la sola C sin la H, que es la que da sabor al caldo): “Il appelait l’Iindien Hijo de la Cingada”.

Es decir: “Él llamaba al Indio Hijo de la Cingada” (sic).

Hay en el mismo caligrama otras voces que conciernen a México: República Mexicana, Ipiranga (el barco que se llevó a Don Porfirio), Coatzacoalcos, Chapultepec, chirimoya, pendeco (que debe ser pendejo, pues la acompaña la aclaración: “Es más que imbécil”), etcétera.

¿Apollinaire, como el Aduanero Rousseau, presumía de haber estado en México? No, pues nunca traspasó fronteras europeas, pero quizá se interesaba en este país desde que el gran pintor naïf (que quizá tampoco había estado por aquí) le contaba de la flora y la fauna mexicanas y del “rubio emperador que allá fusilaron”. Además tenía Guillaume Apollinaire en la capital mexicana un hermano, empleado en un banco francés: Albert Kostrowitzky (que era el verdadero apellido de los dos), quien le enviaba cartas con curiosidades lingüísticas y folclóricas del país o sucesos históricos en vivo: la “Decena trágica”, la situación de los ciudadanos franceses en aquellos momentos, la huida ferroviaria del “bardo Urueta” disfrazado de señora, etcétera. Sin duda México resultaba extraño, pintoresco y fascinante para el poeta-cronista, que podía decir algo como esto: “Albert es la extensión de mi mirada en México”, y metió esas mexicanerías tanto en sus crónicas del Mercure de France como en uno de sus más vanguardistas y bellos poemas, en el cual la frase “hijo de la chingada”, entre los versos franceses y con el susurro agresivo de su “ch” (aunque descuidadamente ortografiada en mera “c”), fulgura como un violento, un refinado, un lírico escupitajo de líquida plata.

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