Recién aparecido en Esmógico City para transitar dominicalmente por la vialidad de nuestra (¿nuestra?) ciudad capitalina, el Corruptour, así, con u en la tercera sílaba, no es un caballero vicioso que se dedicase, por ejemplo, a seducir perversamente damas de edades entre los ocho y los ochenta años (y que para ejercer tan compleja y abominable afición o profesión hubiera decidido pronunciar ésta al modo digamos parisiense: Corriuptur, pues es fama un tanto novelesca que de París vienen todos los vicios, o al menos los más lujosos y refinados); el Corruptour, pues —iba diciendo el cronista cuando se le atravesó un segundo y muy desmedido paréntesis—, es en realidad un autobús que dos veces cada domingo hace su ruta entre los lugares más demostrativos de la corrupción económica, social, moral y política que desde Esmógico City se expande corroyendo toda la República como para reconocerle razón al truquero, trumpetero y hasta ahora triunfal Trump (ustedes ya saben del tipo).
Y, vaya, el cronista, sin negar las intensas e inmensas (cuando no mensas) virtudes críticas que puede desarrollar el tour del Corruptour entre la ciudadanía esmogiquense, ha decidido no viajar en él, ni siquiera en plan de leve turista cultural, pues bastante tormento ya tiene con las rutas diarias y no solo dominicales que le aplican la tele, la radio, los diarios y otros medios de contaminación, perdón: quiso decir de comunicación, y que le están a su vez corrompiendo los entresijos del alma, si alguna tiene, pues a su demasiada edad ese viajecito solo puede resultar en un tremendo disgusto, un asco tal que le haga alzar los tenis y devolver el equipo a la naturaleza tan creadora, es decir, descontructora y reconstructora (but not for me, en cuanto a esto último).
