El cronista suspira al mirar y admirar las multicolores páginas periodísticas que prometen playas a su vez multicolores donde el susodicho se entregaría casi libertinamente al ocio sin sentirse culpable de interrumpir el oficio (el torrencial tecleo con el que se gana la vida), y trata de no envidiar demasiado rabiosamente a quienes salen —¡zuuum, burrruuum!— de Esmógico City abandonándola sin pena porque dentro de unas horas se iniciará la gran festividad vacacional de la Semana Santa, la de más de siete días…
El cronista suspira porque sabe muy bien que la tal Semana Santa, ¡oh desconcertante aunque comprensible paradoja!, es la más pagana del año, aquella en que el fervor católico se manifiesta en festiva fuga de miles de cristianísimos habitantes de Esmógico City, quienes en aullantes y petardeantes bólidos se disparan hacia playas paradisiacas (algo contaminadas, pero peor es nada) en las cuales se dedicarán a diversas formas de darle gusto al cuerpo casi en cueros, se tatemarán bajo el sol, se orinarán homéricamente en el mar, ejercerán la beberecua hasta las manitas, se menearán en bailes tropicosos o de la última moda sonora aunque no siempre musical, intentarán eróticos o solamente sexuales ligues playeros, y, en fin, se entregarán al vacacionismo y al multirrelajo, comenzando por el goce inicial de dispararse en el automóvil hacia esos paraísos, con lo cual gozarán un placer suplementario: ese estremecimiento lúbrico, pero lúgubre, de verse en riesgo de (tal vez gritando ¡Jerónimoooooo! como en los dibujos animados de la tele) destrozar el vehículo y, de paso, partirse la… digamos la crisma, en una alevosa curva de la carretera.
El cronista, uno de los “quedados” en Esmógico City, quisiera lanzarse, en autobús o en coche de amigo (porque desde hace mucho lo abandonó su volsvaguencito chatarroso) hacia cualquier paraíso playero a disfrutar del ocio, pero sabe que eso es espejismo casi diabólico de la contradictoria Semana dizque Santa, y suspira tras una larga mirada hacia la hermosa vista de la solitaria Playa de los Enamorados de Baja California Sur, la cual resplandece en la foto a colores (verde, amarillo, anaranjado) del tradicional calendario regalado a comienzos de año por la pollería Godínez y Acosta, del vecino pueblito de Axotla, aquí a la vuelta de la esquina.