Posí, mi estimado cronista —monologa el taxista mientras el vehículo zigzaguea y culebrea por el citadino Centro, ya más histérico que histórico, que está bullendo con un gran peatonaje apresurado en compras para la regaliza navideña—, considere que, viniendo las cosas así, o séase en carbonizante crisis, además hay conflictos de hogar; y le cuento:
—Viejo —me dijo la señora–, pa’la cena de Navidá ¿qué cenaremos? ¿Pavo o romeritos?
—Romeritos, vieja —le dije—, porque bien sabes que me gustan casi tanto como me gustas tú [caballeroso que es uno, a poco no], y son menos costosos que el gringuísimo pavo y más nacionales que Guadalupe la Chinaca y su cuaco retozón. (Yo también tengo mi culturita, vaya.)
—‘Tá güeno, viejo, romeritos pues.
Al cabo de muchas horas regresó con un pavo más bien pinchurriento: se veía gris, canijo y huesoso, y le dije a la dueña de mis centavos:
—Qué pasó, amorcito corazón, ¿esa es la obediencia que se le debe al paterfamilias de un tan humilde cuanto honrado hogar? ¿Y los romeritos?
—Ay, viejo —dijo ella, agüitada—, fíjate que los busqué en todos los mercados y las placitas y en quién sabe dónde, pero no había ni en el tendajón de don Goyo, pues dice que ya no hay quien los compre, y...
Entonces me ganó la cólera:
—¡Te dije que romeritos, vieja!, ¿y llegas con un avechucho desabrido como buen güerejo? ¿Así honraremos la santa Natividá de Nuestro Señor? Ganas me dan de divorciarme, ¿pero cómo?, pues estamos nomás arrejuntados (dizque en puro amor, eso sí). Pues sábete que yo no me comeré ese pajarraco (que ni a guajolote llega) aunque lo guises con tu sabia sazón. Se los dejaré a masticar a usted y a los chavos, ¡y que les aproveche!, y me iré a la fonda de foña Toña, en la que sirven de varios modos los tacos de romeritos, y me regalaré con una magna taquiza de los susodichos, acompañándome, como débese, con una tan frígida cuanto oriunda cheve.
Y ya medio ablandado (pues soy del pueblo y, ya dijo el Peje: el pueblo es bueno) añadí:
—Cuando se me pase el coraje, les traeré una gran canasta de tacos de romeritos, nomás porque tengo gran espíritu navideño, sin necesidad de chingobels ni de creer en el sangrón del Santaclós…