Un diablito es un pequeño demonio como el que aparecía en el hombro de Popeye para suscitar los furiosos pensamientos que acometían al forzudo y cascarrabias personaje de cómic; o es una carretilla de las que usan los trabajadores de la construcción, quienes heroicamente las manejan hasta en los superiores andamios; o es —como en el caso que ahora ocupa al cronista— un improvisado dispositivo que permite a cualquier individuo un tanto incivil robar una porción de energía eléctrica a la Compañía de Luz y Fuerza del Centro y, en consecuencia, sacarla también del bolsillo de los ciudadanos que (por mero prurito de honradez y no por vergonzante miedo del choque eléctrico en el intento de instalar la cosa) nos resignamos a pagar la electricidad sin la cual el cronista no teclearía sus artículos, ni los enviaría a los amigos de la sección Ciudad de MILENIO, ni refrigeraría los indispensables alimentos y bebidas (incluida la cándida, la indispensable, la algo sosa pero muy curativa leche), ni vería los telenoticiarios que, a veces, documentan los textos del cronista.
Los diablitos, tan pequeños aunque tan visiblemente proliferantes en el cableado exterior de Esmógico City, roban mucho a la compañía de energía eléctrica, y en consecuencia a los que sí pagamos el servicio, y además ocasionan fallas en las instalaciones eléctricas de hogares, talleres, fábricas, etc., etc. Son incidentes, y no accidentes, que resultan en perjuicio de la mencionada compañía, del Estado y de los ciudadanos pagadores, a todos los cuales —según informó no hace mucho un legislador respetable— los diablitos sacan, en Esmógico City, más o menos cincuenta millones de pesos diarios. Calcule usted, si se atreve, lo que eso viene sumando al año.
Los diablitos se clasifican dentro de la grande y diversa industria de los latrocinios más populares porque se justifican con el impecunio (que a veces es solo fingido por algunos listillos). Pero, a riesgo de ser impopular, el cronista protesta porque la computadora, con la cual se gana el sustento tecleando más de 8 horas diarias, se apague, a veces aun durante más tiempo, y que los alimentos intenten pudrirse en el paralizado refrigerador, y que no se pueda admirar la obra maestra fílmica que, en ocasión infrecuente, ofrecía un programa de la televisión.
¿Y no habrá para los diablitos un ángel o siquiera un angelito exterminador?