El cronista pega un brinco al escuchar feroces bocinazos y se echa tan rápidamente atrás como se lo permiten los ya menguados reflejos y, mientras desde la banqueta observa los demasiados automóviles, que pasan aunque todavía tienen delante la luz roja, medita como lo haría cualquiera de los muchos esmogicanos merecedores del premio al heroísmo peatonal.
La calle es propiedad del que conduce más con el claxon que con el volante. Ese tipo es de los que cada día, apenas pusieron en marcha su tanque de guerra, el amado coche, cochecito o cochazo, empiezan a claxonear para pregonar que gozan de todos los derechos de piso en Esmógico City.
El claxoneo, a veces reforzado con la mentada de madre, es el lenguaje del automovilista nomberguán, que para eso tiene una bocina ATM (¿A Toda Máquina o A Toda Madre?). Y sépanlo los retrógrados peatones que osan transitar la ciudad a golpe de pie, de calcetín, guarache o zapato, o sea: nosotros los seres humanos de mentalidad prehistórica que pinchemente nos transportamos a expensas de ese animal de carga: nuestro propio cuerpo, y que creemos tener algún derecho ciudadano como el de estorbar la vialidad cruzando a pie calles y avenidas y hasta cruceros (los cuales, como la palabra indica, para eso son, para cruzar, pero ¿quién dijo que son para que crucemos los peatones, seres tan anacrónicos como indios bajados de la sierra a tamborazos?). Y luego sucede el encuentro de lo blando (el peatón) con lo duro (el automóvil) y un agente de la autoridá pone preso por unas horas a un pobre automovilista o le asesta una módica mordida por haber dejado al peatón como calcomanía pegada al suelo.
Tiembla un rato el cronista, peatón heroico y, yendo pasito a pasito por la banqueta, empieza a soñar con que un día el Gobierno de la Ciudad de México emita una ley en que se autorice también a los peatones el uso del claxon.
Y entonces el cronista, peatón veterano, portará un claxon tan potente como la sagrada trompeta de Josué, el que sopló en ella para tumbar muros adversos (Louis Armstrong ha bellamente cantado la hazaña: When Joshua fit the Battle of Jericho, Jeeericho, Jeeericho…!). Y, apretando la bocina portátil, que claxoneará en dulce jazz, el peatón paralizará y chatarrizará a todos los automóviles que, claxoneando horrísonamente, se le atraviesen al paso.