El cronista va en un vagón del Metro, Línea 3, va de pie, apretujado hasta casi la pérdida de la respiración entre... ¿cuántos?... quizá quinientos bultos humanos y de repente una mujer junto a él empieza a gritar "¡ay, Justino, este señor me está tocando!" o, quizá, "¡ay, Justino este desgraciado me está abusando sexualmente", y entonces el señor adjunto a la mujer dice con vozarrón furioso "¡órale, güey, deje de estar toqueteando a mi señora", y el cronista empieza a musitar que ¿cómo?, si va con ambas manos agarradas de la barra superior y trata heroicamente de ejercer una distancia de 0.01 milímetros respecto a la mujer, pero el otro se convence y dice "¡pues vamos con el señor policía para ver si es usted tan salsa, lástima de ropita, ¡desgraciado hijodesu!", y cuando las puertas del convoy se abren el tipo (que es una especie de Arnold Schwarzenegger mexican style) y otro señor (similar) que al parecer se solidariza con él, han tomado de los brazos al cronista, lo han han sacado del Metro para llevarlo al área donde está el policía de servicio, y mientras el cónyuge va diciendo: "orasí, güey, ya caíste, tú eres el toqueteador nomberguán de las damas en el Metro, pero vas a ver, esto te va a costar quinientos mil pesos de multa o cincuenta años tras las rejas y la pérdida del prestigio dizque de persona decente, te vas a fregar, por cachondo y güey, pero si no quieres ir a la picota de la opinión pública ni caerte cadáver con los cincuenta mil varos, esto lo podemos arreglar entre nosotros, como personas civilizadas, ¿no?, y todo puede quedar, nomás pa' que veas que somos buenas gentes y sabemos apreciar, puede quedar en ai' digamos en 2 mil pesares, tú dirás, sí o sí, me cai que, si no, te vas al bote, güey, y además de propina aquí mismo te partimos la madre", y...
El cronista despierta, y, con el corazón acelerado a mil kilómetros por hora, salta de la cama, y cuando está en la cocina, a las tres de la noche, tomando un té de tila, queda preguntándose si todo: el Metro, la mujer, su atlético señor y la situación, ocurrirán cualquier día de estos en que el apretadero en los vagones del tren subterráneo capitalino hará realidad la muy realista pesadilla.