En alguna ocasión sugerí en este espacio, a todos los que no tienen la mejor opinión de Andrés Manuel López Obrador, que para no vivir con el Jesús en la boca había que ignorar el contenido de las mañaneras, cargadas de chascarrillos, ocurrencias aparentes y exabruptos. Y, en lugar de eso, enfocarse en los efectos de mediano plazo, en donde impacta solo aquello que verdaderamente importa: inflación, estabilidad, cotización del peso, inversión, seguridad, etcétera. Observar cada 24 horas las acciones en la bolsa o medir cada semana la estatura del hijo achaparrado, es una fórmula segura para vivir en desasosiego.
Lo mismo pasa con López Obrador y la política exterior. Escuchar que volvió a exigir disculpas de España, que soltó víboras sobre la Cumbre de Jefes de Estado en Los Ángeles o que se negó a condenar de manera categórica la invasión de Rusia a Ucrania, puede llevar a pensar que México terminará siendo un país paria en materia de relaciones exteriores. O, por lo menos, que nos hemos convertido en hazmerreír de la comunidad internacional. Pero, al contemplar desde una perspectiva más amplia estos temas, nos damos cuenta de que, lejos de eso, el desempeño de México está pasando por un momento interesante tras el papel mediocre que jugó en los últimos sexenios.
En los temas sustanciales de política exterior el presunto incendiario López Obrador ha resultado en realidad un gobernante prudente. Parecido a lo que sucede en las finanzas públicas, el endeudamiento, los impuestos o el apuntalamiento del peso, manejados más bien con una estrategia sorprendentemente conservadora para un hombre acusado de ser populista e irresponsable con las instituciones.
La semana pasada, en este mismo espacio, argumenté que, contra todo pronóstico, en las relaciones con Estados Unidos se han conseguido logros importantes, así sea de manera poco ortodoxa. La cercanía con el embajador Ken Salazar ha sido clave, al grado de convertirse en la más estrecha en varios sexenios entre un presidente mexicano y el representante de Washington. Tan sorpresiva como las relaciones de López Obrador y Donald Trump que, pese a todo, no terminaron por agriar los vínculos con el gobierno de Biden.
Y lejos de comprometer la posición de México en lo que respecta a las vitales y complejas relaciones con el país del norte, me parece que el gobierno de la 4T se las ha ingeniado para restablecer un protagonismo que habíamos perdido. En el tema de la cumbre, a la cual AMLO se negó a asistir, se dejó en claro que ninguna reunión de esta naturaleza tendrá éxito en el futuro si no se descartan las precondiciones ideológicas que Estados Unidos quiso imponer. En el caso de la extradición de Julian Assange, insistiría en que el planteamiento de AMLO es éticamente irreprochable. No es poca cosa que un jefe de Estado haga un reclamo público frente a la arbitrariedad y soberbia que representa la exigencia del gobierno norteamericano a otros países, para extraditar y juzgar a un extranjero que evidenció sus delitos.
Me parece que con los temas que López Obrador presentará en Washington esta semana se acentúa el reposicionamiento de México como interlocutor responsable pero no subordinado al vecino dominante. Una imagen que no solo es digna en sí misma, sino mucho más efectiva como estrategia de negociación.
El Presidente abogará por el establecimiento de 300 mil visas temporales de trabajo. Además de resolver los muchos inconvenientes de un trabajo en la clandestinidad, eso ayudaría a matizar los abusos que genera el tráfico de ilegales. Pero lo más destacable, en mi opinión, es que AMLO está solicitando que la mitad de estas visas sean para trabajadores centroamericanos. Un mandatario que no solo pide por lo suyos sino también por otros ciudadanos necesitados. No sabemos si tendrá éxito la carta de negociación que lleva la delegación mexicana a Estados Unidos, pero la mera intención es más que significativa.
México sienta un precedente, en momentos en que cada país ve solo para sí mismo; lo constatamos durante la pandemia y las vacunas o con las cadenas de suministros suspendidas en las que las potencias operan con el egoísmo de siempre. Ciertamente ayudaría que 150 mil centroamericanos no tengan que pasar de manera irregular por suelo mexicano, y en ese sentido conviene a nuestros propios intereses, pero para ser francos habría sido aún de mayor provecho utilizar la cuota completa de las 300 mil visas para nuestros compatriotas. Sin embargo, al compartirlo se pasa el mensaje de que la búsqueda de soluciones necesariamente debe pasar por una perspectiva que contemple los intereses de todos, en particular, de los más débiles.
No es el único punto de la agenda que camina en esa dirección durante esta visita. También lo es el deseo de México de involucrar activamente a Estados Unidos en su estrategia de fomentar el desarrollo de Centroamérica. Es decir, atender el problema en su verdadero origen.
En resumen, creo que habría que juzgar los méritos y deméritos del gobierno de la 4T en materia de política exterior más allá de las frases coloridas o inoportunas, y que sacadas de contexto llevan a la chunga o al oprobio.
En los hechos, México ha vuelto a generar el respeto de la comunidad latinoamericana, asumiendo su responsabilidad como una de las naciones líderes del continente. Habíamos dado la espalda a esa tarea, en aras de convertirnos en el vecino obsequioso de la potencia de la región, pensando egoístamente en aprovechar la ventaja comparativa de nuestra cercanía y olvidando al resto de los países. No se trata de apelar a un ridículo y trasnochado tercermundismo, sino entender que en un mundo tan interdependiente y a la vez tan desigual, la única manera de protegerse de las decisiones unilaterales de las potencias, estriba en hacer causa común, en determinadas circunstancias, con naciones que se encuentran en una tesitura parecida a la nuestra.
Conseguirlo, además, sin poner en riesgo nuestra propia relación con Estados Unidos constituye una labor delicada en términos políticos. Creo que se está logrando, pese a todo.
@jorgezepedap