Al finalizar la tercera temporada de la Cuarta Transformación y a punto de iniciar el año cuatro, convendría hacer un intermedio y revisar otras temporadas igualmente apasionantes, con la ventaja de que cualquiera de ellas puede ser activada o puesta en pausa oprimiendo un botón. Tres series de televisión que vale la pena poner en la lista de pendientes si aún no las has visto.
Creada por un dream team alemán, que incluye a los directores de cine Henk Handloegten (Adiós Lenin), Tom Tykwer (Corre, Lola, corre; Perfume, Cloud Atlas) y Achim von Borries (guion de Adiós Lenin, entre otros), la serie Babylon Berlin transmitida por Netflix es el proyecto más ambicioso en la historia de la televisión alemana. Con un presupuesto de cerca de 40 millones de dólares y una producción acorde, aborda a lo largo de tres temporadas, tan buena la primera como la última, la vida berlinesa de fines de los años 20 y principios de los 30. Un período estridente, sórdido y amoral en el que no parecen existir límites; cara oculta o versión dura de las noches de Cabaret que vimos con Liza Minnelli. La serie está basada en las novelas de Volker Kutscher y su joven inspector de policía Gereon Rath, empeñado en desenmarañar la extorsión que sufren algunas figuras encumbradas por su participación en filmes pornográficos. Lo que parece una investigación policiaca pronto se transforma en una trama política que permite asomarnos a las tripas de los años tumultuosos que van de la república de Weimar y el arranque del nazismo. Pero más allá de los tiempos extraordinarios en los que transcurre la trama y la portentosa producción y ambientación de la época, el principal acierto de la serie es, como en toda historia que se precie, el tratamiento de los seres humanos que pasan por ella. El detective y su adicción, la secretaria de día y prostituta de noche que le ayuda, su compañero detective, un pronazi de corazón blando y modos rudos, el guapo mafioso de ética irreprochable, los exiliados rusos adictos a la intriga política. Para mi gusto es la mejor serie de televisión que vi este año, seguida de cerca por Succession, la producción de HBO.
Si Babylon Berlin aborda la historia política desde la sordidez de las cloacas del submundo berlinés, Succession lo hace desde las cloacas en las que chapotean los amos del universo de la élite empresarial de hoy. Este drama de corte shakesperiano describe los entuertos en los que se encuentra la familia Roy, dueña de un emporio mediático dirigido con brazo de hierro por el legendario Logan. Con muchos guiños al magnate Rupert Murdoch, dueño y fundador de News Corporation (Televisión Fox, estudios de cine, periódicos en todo el mundo y un largo etcétera), y aunque no precisamente biográfico, hace una dura y a ratos paródica crónica de las luchas intestinas por la sucesión entre los hijos del poderoso Logan y las reticencias de este mismo para hacerse a un lado. Una versión actualizada, más inteligente, mundana y mundial que la ahora entrañable Dallas, de los años 90. Los diálogos duros, agudos y venenosos que intercambian los miembros de la familia son probablemente los mejores que se hayan escrito en la historia de la televisión. En el casting impecable resulta difícil destacar alguno de los actores por encima de los otros, pero Brian Cox en el papel del patriarca Logan, Kieran Culkin el siniestro y aterrado hermano menor, y Sarah Snook en el rol de la deliciosa y perversa hermana no tienen desperdicio. Una serie que ilustra la eterna historia entre el fundador de un imperio y el drama de los hijos parasitarios que intentan demostrar que no lo son. En este caso, además, por el doble ocaso que representan los últimos días de un mogul y el fin de una tecnología, la televisión, incapaz de adaptarse a los nuevos desafíos. Cualquier semejanza con los Azcárraga es una mera coincidencia.
Y a propósito de televisión, conviene echar un vistazo a las dos temporadas de The Morning Show, de Apple TV, estelarizada por Jennifer Aniston y Reese Witherspoon en el papel de conductoras del programa de noticias más relevante de la televisión norteamericana. Si bien no está a la altura de las dos series señaladas arriba, posee dos méritos que la hacen un imprescindible. Convierte el #Metoo entre las celebridades en el tema central de una compleja trama. Se agradece, en particular, un tratamiento que rehúye las fórmulas fáciles y no teme introducirse en los meandros peligrosos de lo políticamente incorrecto. Y si no por estas razones, el morbo lleva a seguir los denodados esfuerzos de la ex protagonista de Friends para disputar a Nicole Kidman la proeza de mostrar que aún pueden actuar a pesar del botox que paraliza sus rostros. La segunda temporada, además, tiene el acierto de abordar un tema no menos novedoso: la epidemia de covid y el accidentado tratamiento que recibió de parte de los centros de noticias en todo el mundo. Es una serie desigual. Dos o tres temas secundarios de personajes de apoyo parecen haber sido concebidos para alargar la serie y, en particular la segunda temporada, abunda en momentos en los que la sobre actuación sustituye la debilidad del guion. Con todo, la consistente actuación de Reese Whiterspoon, a pesar de que siempre se interpreta a sí misma, invariablemente recupera la verosimilitud de la historia.
Tres series destacables por diversos motivos, con la virtud de que, a diferencia de las angustias y tensiones del 2021, son ficción.
Jorge Zepeda Patterson
@jorgezepedap