Política

El mundo de V

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La policía estatal mantiene operativos a las entradas de Morelia. Daniel Cruz
La policía estatal mantiene operativos a las entradas de Morelia. Daniel Cruz

Además del apego a su esposa y a su pequeña hija, V tiene dos pasiones en su vida: jugar futbol y cocinar. La primera lo hace como amateur en su día libre en los llanos a la orilla de la ciudad; la otra intenta ejercerla el resto de la semana con el sueño de convertirse en chef profesional. Mientras tanto, a sus 27 años, se gana la vida como jardinero. Este domingo estuvo a punto de perderlo todo.

A las 3 de la tarde, luego de su partido dominical, fue detenido en un retén a cien metros de los campos de la Barona, en la orilla de Cuernavaca. Le marcaron el alto media docena de hombres uniformados y con pasamontañas, apoyados en una patrulla municipal y dos camionetas blancas sin matrícula o identificación. A insultos y empujones lo metieron en el asiento trasero de su propia carcachita y se lo llevaron al monte entre más insultos y preguntas. Lo despojaron de cartera y celular, y desde este enviaron mensajes a su madre y a su esposa intentando saber dónde se encontraban ellas. La redacción del mensaje llevó a sus familiares a sospechar algo, porque el léxico de V, siempre en busca de superarse, suele ser pulcro y atildado. Ambas llamaron al teléfono, pero los seudopolicías decidieron ignorar la llamada. Durante varias horas mantuvieron a V comprimido en el piso del auto, atrás del asiento del copiloto, amenazándolo con volarle la cabeza si intentaba mirarlos.

Departían a cierta distancia, en pleno descampado, quizá esperando la llegada de otros secuaces con víctimas semejantes. De cuando en cuando se acercaban a él para cortar cartucho y amedrentarlo. En algún momento habrán asumido que su detenido era poco rentable, porque decidieron abandonarlo entre nuevas amenazas. Poco antes de las 8 de la noche partieron sin siquiera tomarse la molestia de retirar la llave del vehículo. Tras unos minutos inciertos y en plena oscuridad, V se incorporó cuando se convenció de que estaba solo. Condujo de regreso a Cuernavaca hasta donde la escasa gasolina que quedaba en el depósito le permitió llegar. Nadie quiso prestarle un celular para hacer una llamada, pero alguien se conmovió lo suficiente para regalarle una moneda. Milagrosamente había un teléfono público en servicio para comunicarse a casa. Su padre consiguió que una patrulla fuese a recogerlo. Tras escucharlo, la primera reacción de los policías fue una genuina exclamación de felicitación: “tiene suerte de estar vivo, joven”, le dijeron. “Normalmente de los que se llevan así al monte nunca volvemos a saber”.   

Un día más tarde V, en efecto, considera que tiene suerte de estar con vida. Pero se pregunta qué tipo de vida será esa en la que estará obligado a cercenar una a una pasiones e ilusiones.

Hace poco menos de un año quemó sus ahorros y contrajo algunas deudas para instalar con su hermano una humilde frutería de barrio. Los jóvenes aprendices de empresario juzgaban que en la lejana colonia en que vivían no les faltarían los clientes porque no existía otra a más de un kilómetro a la redonda. La misión exigía a V levantarse a las 4:30 de la mañana para surtirse a buen precio en el mercado de abastos, y a su hermano instalarse doce horas en el mostrador a esperar algún comprador. Cuatro semanas más tarde hicieron cuentas y se felicitaron porque en su primer mes habían salido tablas. Unos días más tarde los extorsionadores los visitaron. La cantidad que exigieron era más que un impuesto o un costo adicional; representaba la venta total del mes. El cañón de una pistola en la cabeza del chico fue la única respuesta ante el intento de negociar una cuota más realista. Al día siguiente los hermanos decidieron dar por terminada su aventura empresarial. V todavía carga con las deudas contraídas.

La historia de V no es más que una variante de las que experimentan otros mexicanos todos los días. Ciertamente, el desenlace pudo haber sido peor. Pero hay algo terrible en el hecho de felicitarnos a nosotros mismos por haber sobrevivido cuando el costo de lo que sigue es una vida mutilada de sueños y aspiraciones. Se ha arrancado todo deseo de montar algún negocio de cochera y se ha despedido del equipo de futbol en el que participaba desde niño. Pero sabe que eso no basta. En la colonia en la que vive, aquella en la que sus recursos le permiten pagar una renta, los vecinos están condenados a largos y azarosos traslados o complicadas logísticas para ir y traer a las hijas a la escuela o las esposas al trabajo. Aquí no hay opción de refugiarse en un condominio horizontal o pertrecharse detrás de un portero, por no hablar de la imposibilidad de irse a vivir a Miami como lo habrían hecho alguno de sus patrones.

Cuando conocí a V estudiaba la preparatoria por las noches y profesaba una fe ciega en su propia energía y sus muchos planes para construirse un futuro mejor para sí mismo y su familia. Y uno podría haber jurado que iba a conseguirlo; era la viva encarnación de alguien que quería comerse al mundo, al menos su mundo. Hoy solo quiere pasar inadvertido y evitar que ese mundo lo devore.


Jorge Zepeda Patterson

@jorgezepedap


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Jorge Zepeda Patterson
  • Jorge Zepeda Patterson
  • Escritor y Periodista, Columnista en Notivox Diario todos los martes y jueves con "Pensándolo bien" / Autor de Amos de Mexico, Los Corruptores, Milena, Muerte Contrarreloj
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