Cultura

Desfigurar nuestra ciudad

  • La Feria
  • Desfigurar nuestra ciudad
  • Jorge Souza Jauffred

Durante los últimos años, como muchos otros tapatíos, he lamentado el deterioro de Guadalajara bajo el peso de los intereses económicos de grupos inmobiliarios, traficantes de terrenos y constructores voraces de edificios. Aquella ciudad que fue, al decir de varios autores, la más bella de México, hoy está lejos, en cuestión de armonía y orden, de otras como Zacatecas, Mérida o Guanajuato. Nuestros gobernantes no han tenido interés en cuidar ni en cultivar nuestro rico legado arquitectónico. ¿Cómo explicar que el sector público haya avalado la destrucción de cientos de fincas con valor patrimonial; que permita la construcción de largas avenidas sin calles transversales, como la Av, Aviación; que autorice enormes cotos bardeados e intransitables, como Valle Real; que mantenga anchos terrenos particulares sin incluir espacios para calles, como Trasloma; que avale fraccionamientos sin parques, como los de Tlajomulco; y que entregue calles públicas, como la que se convirtió en estacionamiento del teatro Diana? ¿Cómo justificar que áreas arboladas, que durante años fueron públicas, como en el parque de San Rafael, en Zoquipan, en Los Colomos, en el parque Metropolitano o en Chapalita, se concedan a constructores, a bajo precio? No es sólo la nostalgia de la ciudad perdida en la bruma de un pasado que se añora. Es también la desesperanza hacia el futuro, porque hemos visto que ningún gobierno —ni del PRI, ni del PAN, ni de MC— ha evitado este derrumbe del patrimonio tapatío; por el contrario, uno tras otro han cedido en su momento ante las ambiciones de constructores y fraccionadores. Ambiciones que deforman a Guadalajara y borronean su rostro. Escribió el maestro Ignacio Altamirano hace más de un siglo: ”La vista no puede menos de quedar encantada al ver brotar de la llanura, como una visión mágica, a la bella capital de Jalisco, con sus soberbias y blancas torres y cúpulas, y sus elegantes edificios que brillan entre el fondo verde oscuro de sus dilatados jardines.” Esa misma ciudad fue, para el poeta Juan de Dios Peza, “la sin par Guadalajara/ Búcaro de gardenias y alhelíes!” ¿Y hoy, qué es lo que queda? Las hermosas calles jardinadas se transformaron en rúas sin encanto, donde prevalecen cocheras y aparadores. La otrora orgullosa avenida Vallarta o la soberbia Chapultepec, por citar dos ejemplos, fueron heridas, con pico y pala, hasta convertirlas, al cabo de tres decenios, en una caricatura de lo que fueron. Y mientras tanto, en la periferia, el crecimiento urbano se da sin orden ni control, como consecuencia del apoyo oficial a fraccionadores irregulares. Ahí están las colonias populares de las márgenes citadinas, como testigos del desorden y la precariedad. Habitar una ciudad hermosa es privilegio y posibilidad de una mejor vida. Desfigurarla y permitir su crecimiento amorfo es lesionar el futuro de quienes la habitan. Cuando miramos las fotografías de hace cincuenta o sesenta años, de aquella Guadalajara que recibía el nombre de “La Ciudad de las Rosas”, no podemos menos que sentir nostalgia por ese tiempo que se desvanece en la niebla y no podrá ser jamás recuperadoa.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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