Los últimos días han sido de reflexión. El tema de actualidad es el desmantelamiento del “Torreoncito”. Las voces son diversas, hay quienes defienden el valor histórico del objeto (casi la mitad de vida de la ciudad misma no es poco) otros cuestionan el cómo (se siguen tomando decisiones desde el escritorio sin la mínima socialización de las intenciones que se tienen). Lo que es un hecho es que todas son discutibles pero justo es eso lo que presentaba una nueva posibilidad de diálogo, de análisis y de discusión madura con ganas de llegar a un resultado que si bien podía no dejar a todos conformes, provocaría ejercicios que mucha falta nos hace adoptar como sociedad participativa para seguir cultivando y reivindicando la palabra “consenso”.
Surge la idea de un proyecto nuevo, se analiza el territorio, se recorren sus alrededores recuperando experiencias y testimonios, se hacen foros abiertos con los vecinos para escucharlos (así es, escucharlos), se elaboran las propuestas, se socializan y se sigue trabajando hasta llegar a un resultado que invite a sentirse parte (faltaba más, todo sucede con dinero público). Lo anterior suena descabellado si consideramos que los tiempos de los partidos políticos son los que rigen nuestra agenda así que no tenemos tiempo para nada.
La idea de Bauman en cuanto a la modernidad líquida que nos exige correr a toda velocidad para mantenernos siempre en el mismo lugar se hace presente en cada voraz intento por tener una ciudad fotogénica, limpia, ordenada y obediente en la que nada puede salirse de control.
Otra vertiente de la reflexión sería la de la identidad y sus símbolos, tan frágil y subjetiva que nos tiene pensando que un equipo de fútbol nos define como comunidad. Somos una suerte de ciudad adolescente que en pos de esa anhelada identidad busca parecerse a otras y a veces siendo poco cuidadosa de los símbolos que se adoptan como propios. Ninguna culpa tiene el niño que desde pequeño jugaba en ese parque sin importarle si el “Torreoncito” estaba ahí por imposición o por consenso (los monumentos difícilmente se erigen como acciones comunitarias). Lo adultos, en cambio, que si tenemos acceso a investigar, deberíamos de comenzar a identificar muy bien los elementos físicos que nos recuerdan nuestra historia “Lagunera” para no correr el riesgo de terminar impidiendo la demolición del teleférico dentro de treinta años.
@jorgeruvao