Nos llegaron la noche y la lluvia junto con el cansancio de haber caminado por calles repletas de gente por más de ocho horas. Los anuncios saturan el paisaje por que aquí se viene a comprar y comprar. En el caos de lo que implica ser el centro histórico de la ciudad viene incluida la aventura de lo espontáneo.
Llegamos al paradero para acomodarnos en una fila más, ahora para tomar el autobús de regreso, vamos con rumbo al sur.
Como en un escenario tomado de “Blade runner” nos pegamos a la fachada de un motel para protegernos de la lluvia. Esperamos cuarenta minutos y subimos; otra vez nos toca ir parados, parecía obvio que no cabía nadie más pero estábamos equivocados, seguía subiendo más gente y los vapores de unas cuarenta y tantas almas sofocaban la atmósfera.
A vuelta de rueda avanzamos en medio de una congestión vial de pesadilla. Caras y caras de angustia, de cansancio; otros que derretidos en el asiento fueron derrotados por el sueño ¿Y si no despertaran al llegar a su destino? “Van cuatro” un desconocido me entrega unas monedas, tardo en reaccionar, las paso al señor de enfrente y repito “van cuatro”.
Llega el dinero al chofer y regresa el cambio de mano en mano. La lluvia sigue, ¡bajaaan! y nos aferramos con más fuerza al costrudo pasamanos.
Aquí todos tienen una solución para reducir el tráfico pero ninguna incluye dejar de usar el coche. El taxista dice que el segundo piso ayudó solo los primeros dos meses.
Todos ven su reloj y tuercen la boca, se hace tarde.
Viene a mi mente el abstracto concepto de calidad de vida
¿Se mide? ¿Se compra? ¿Se gana o se tiene derecho a ella?
Llegamos a nuestro destino y bajamos corriendo mientras la lluvia nos moja. Caminamos varias cuadras por banquetas rotas y llenas de hoyos.
¿Quién decide por nosotros? No hay tiempo para la reflexión, ésta ciudad es inalcanzable y veo a la mía reflejada en éste monstruo, mejor cambio de pensamiento, yo solo vengo de paseo.
@jorgeruvao