Cultura

Woodstock

“Estaba ahí comulgando en el altar del rock”. SHUTERSTOCK
“Estaba ahí comulgando en el altar del rock”. SHUTERSTOCK

Hace precisamente treinta años estaba yo en el concierto de Woodstock, en un bosque transfigurado en manto protector por la música que iban tocando las bandas. La música era un éter que circulaba entre los seres vivos e inanimados y armonizaba sus existencias. Yo estaba en ese bosque acordonado por la magia de la música con la encomienda de hacer una transmisión para una

radio mexicana pero, más que nada, estaba ahí comulgando en el altar del rock, tragándome las ruedas de molino que quisiera darme el sacerdote que oficiaba en el escenario y pedía a su grey que cantara, que gritara, que aplaudiera. Un cerdo manipulador que estábamos empeñados en venerar. 

El concierto multitudinario duró dos días, Peter Gabriel fue el último músico que ofició, cerca de la medianoche, y la última canción fue “Biko”, esa pieza, de exquisito espíritu tribal, dedicada al activista sudafricano que termina con un dispositivo verbal que, esa noche, al ser cantado por las 350,000 personas que estábamos ahí, transformó la atmósfera. El dispositivo son tres cifras, oh-oh-oooh, que al repetirlas una y otra vez se convierten en hechizo. 

De regreso emprendimos por el bosque las doce millas que había hasta la estación del tren, era una noche oscura y no existían los Google maps, así que íbamos a ciegas hasta que algún inspirado, en el otro extremo de la montaña, retomó el dispositivo que seguía vibrando entre los árboles, oh-oh-oooh cantó, e inmediatamente se añadieron otras voces y, un minuto más tarde, los miles de nómadas que andábamos dispersos en el bosque de Woodstock lanzábamos a la noche el dispositivo para pedirle a los espíritus que guiaran nuestro camino, que nos libraran de la ceguera y de la nocturnidad. Bastaba seguir el oh-oh-oooh del que iba a la cabeza y que, me contaría después, llevaba una brújula.

Así llegamos a la estación del tren, miles de almas cantándole a la noche, y algo se perdió cuando subimos a esa máquina, metálica y llena de luz, que iba a expulsarnos, a ciento cincuenta kilómetros por hora, de nuestro rapto primitivo y feliz. 


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Jordi Soler
  • Jordi Soler
  • Es escritor y poeta mexicano (16 de diciembre de 1963), fue productor y locutor de radio a finales del siglo XX; Vive en la ciudad de Barcelona desde 2003. Es autor de libros como Los rojos de ultramar, Usos rudimentarios de la selva y Los hijos del volcán. Publica los lunes su columna Melancolía de la Resistencia.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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